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Cuidarnos: añoranza de un profesionalismo compartido y de una gestión que cure los espíritus rotos y cansados de los sanitarios.

Carmen Hernández Zurbano, médica, pediatra y residente de Medicina preventiva y Salud Pública hace una reflexión sobre la profesión en estos momentos tan difíciles en los que "merece la pena contribuir a esta sociedad donde poder realizarnos alegres, sin ambages", pero donde hay vacíos, desamor, desilusión, cansancio, enfermedad, pobreza, dolores…. Por ello, "cuidarnos" es una necesidad.

Cuidarnos: añoranza de un profesionalismo compartido y de una gestión que cure los espíritus rotos y cansados de los sanitarios. 

Mi trabajo como médica nada tiene que ver con una embotelladora, o con una persona que trabajase en una embotelladora, en una cadena de montaje. Lo sé porque a veces lo deseo. Se habla de las diferencias, de la imprevisibilidad que sucede en el ejercicio de la medicina, y claro, los humanos somos variables, ambiguos, contradictorios. Por eso a veces querría apretar tornillos, podar zarzales, en los parques de mi ciudad. Existe tal diferencia entre lo que tú sabes y lo que saben las personas que atiendes, que no se puede hablar, solo se puede cuidar, o no cuidar; y ahí arriba te hielas de frío. A veces pienso cómo sería entregarse totalmente, confiar en un colega, dejarme cuidar, porque incluso cuando estás enferma, esa inocencia, esa asimetría salvadora,  ya no existe para ti.  Máquina de cuestionar, buena médica. Hace frío. Me ha encantado una frase, le doy vueltas: “Para cada problema complejo hay solo una solución que es simple, escueta e incorrecta”. Cuestionada de  gestores, de financiadores, del lado de mis pacientes, de sus necesidades y preferencias, las que yo imagino y que tantas veces parecen oponerse a mí, a la eficiencia, y que constantemente cuestiono también. Eso, podar zarzales, árboles. Apretar tornillos. Que no se hielen los rosales. Servir cafés. He de confesar que dudé entre hacerme preventivista o camarera o jardinera. Que aún lo dudo.

¿Qué es ser una médica? Trabajar como médica, ¿Qué es? ¿Qué se espera de mí? ¿Cómo es la relación con las pacientes, con las compañeras? ¿Qué espero yo? ¿Qué quiero ser? Y ¿Cómo pasa? ¿Cómo va pasando mientras trabajo sola, solitaria? Querría descansar. Sola, dentro de equipos de otras médicas, otras enfermeras. De pueblo en pueblo. Querría descansar; a veces, directamente, huir. No había ninguna asignatura  ni hubo ninguna conversación, porque la atención estaba en otra parte. En cómo la sangre fluye y sobre todo en por qué y qué contiene en su interior. Hubo tiempo durante la primera residencia. Mirar alrededor a la medicina desplegarse, mirarla desplegándose. La verdadera. Y fue sucediendo luego. La vivencia íntima de un trabajo tan particular. Reconocer un gremio, pero allá a lo lejos. Y también la mezcla de ciencia y arte y oficio y experiencia y eso que no aprendí. Eso que no tenía aún. Todo eso que no aprendí. 

Profesionalismo. Me gusta la palabra. Tampoco la entiendo del todo. Me gusta porque me remite a un grupo. A mí no me gusta el trabajo solitario, pero mi trabajo como médica de primaria, como pediatra,  siempre es muy solitario. Me gusta pensar que pertenezco a un gremio. Sí, lo siento a veces, mentira, me lo invento. Los Colegios de Médicos defienden algunas cosas; pero yo me refiero a algo más, ¿cómo decirlo?, romántico. Novelesco. Al juramento hipocrático zumbando y los humores dentro de la zona del cerebro donde se imagina. Evocar,  discusiones deliciosas, la medicina que amamos y luego lo que sucede en cada encuentro con los pacientes, el contraste.  Lo que me sucede a mí, a nosotras, entre los que se dice y no, aprender juntas; espacio para ser creativa, para todas las cosas que me interesan, que me fascinan.  Sentirlas compartidas y empujadas desde las instituciones y entre todas. Consensuar, ceder autonomía a cambio de sentirme arropada, funcionar como un equipo verdadero. Entre el bolsillo y la cabeza, me quedaría con el corazón. También con la cabeza. Soy romántica, no me motiva la comparación, no me motivó la carrera profesional ni el complemento de farmacia. 

Lynn Margulis escribió un libro de cuentos que está sobre la mesilla, sus peces luminosos me hablan en sueños. Mi novela no trata de un héroe solitario que sale adelante y lucha solo, mi novela  es una fiesta de la inteligencia humana y trata de lealtad y cooperación entre compañeras. Como orgánulos dentro de las células. Mitocondrias amigas. De disfrutar del trabajo, de cuidarnos, y así poder cuidar. En la embotelladora el problema es soportar la pesada jerarquía que no da espacio. Aquí tengo la suerte de que se respete mi juicio. De que nadie me supervise. Pero ni eso sé si es una suerte. Si se trata de respeto, o de otra cosa, de algo como: te dejo en paz, sola, ahí arriba, y tú haces lo que tienes que hacer; yo no te ayudo, demasiada carne con lágrimas.

Una gestión humanista y una medicina empírica. Eso leo. Una gestión empírica también, una medicina amable, cuidadosa. Pienso. Una gestión compasiva. Aunar las dos lealtades. Para conseguir, qué bonito esto, para conseguir que la médica acabe su ejercicio con ánimo alegre y lleno aún de compasión por sus pacientes. Qué bonito. ¿Conseguirlo a través de un contrato de gestión? ¿Que los que te mandan, así, tan poco, te ayuden a cumplirlo? Qué extraño pensar que la gestión pueda ser la medicina de los cuerpos y los espíritus rotos y cansados de los sanitarios cuando lo necesiten. Que a través de medidas organizativas se procure la calma, una serenidad esperanzada. Que se sienta una realizada en el mismo lugar en donde ardió, al terminar con inercias que obstaculizan desde hace años asuntos importantes.  Serán las inercias o serán las quemaduras. Serán las inercias o serán las quemaduras, repito. En la intimidad del consultorio, en el encuentro con la otra, hablamos menos,  decidimos tener en cuenta la mejor evidencia científica disponible y decidimos escuchar las preferencias personales de la paciente, decidimos no hacer nada que pueda dañarla, decidimos hacer aquello que pueda ayudarle, aquello que no nos hiera, eso tampoco,  y  también,  decidimos hacer lo mejor para la sociedad a la que ambas pertenecemos, esto es, lo más eficiente. Decidimos seguir llenas de compasión,  ella por mí y yo por ella, creer que merece la pena contribuir a esta sociedad donde poder realizarnos alegres, sin ambages. Pero los vacíos, pero el desamor, la desilusión, el cansancio, la enfermedad, la pobreza, los dolores. Es todo tan difícil…

 

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