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Dr. Miguel Ángel García: “La relación médico-paciente, una realidad a promover y proteger”

La relación médico-paciente no es un bien de las entidades o de las organizaciones profesionales, ni siquiera de la sociedad en general, sino sobre todo de cada profesional y de cada paciente cada vez que se reúnen para tratar de resolver o minimizar el impacto vital de un problema de salud, según expone en este artículo el Dr. Miguel Ángel García, secretario de Estudios Profesionales de CESM y responsable de formación de AMYTS, a propósito de la reciente presentación del Documento que justifica la solicitud que la relación médico-paciente sea considerada patrimonio inmaterial de la Humanidad

Dr. Miguel Ángel García, secretario de Estudios Profesionales de CESM y responsable de formación de AMYTS

 
El pasado miércoles tuve el honor de participar en la presentación pública de la iniciativa para solicitar el reconocimiento de la relación médico-paciente como patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad, promovida por el Foro de la Profesión Médica y apoyada por las asociaciones de pacientes. Se trata de una relación que, en su pureza, está centrada en el bienestar del paciente, entendido como ese “otro” que se nos presenta en la consulta con el fin de obtener el mejor nivel de salud posible, en general a partir de una situación de enfermedad.
 
Desde este punto de vista, entendemos que se trata de una realidad que merece ser promovida, en un proceso de adaptación y mejora continua, al que la propia iniciativa pretende contribuir, y protegida desde las diferentes instancias implicadas, especialmente desde aquéllas más directamente comprometidas con el bien de la población, la propia profesión y las Administraciones públicas.
 
La propia trayectoria histórica de esa relación muestra el proceso de adaptación y cambio continuo, en un intento por expresar de la mejor manera posible, esas posibilidades de mejora que la Medicina puede ofrecer a las personas. No cabe duda que en ese proceso ha habido, y seguirá habiendo, limitaciones y resistencias, y que el avance producido desde el modelo hipocrático de ayuda sin contar con el paciente hasta el más moderno de toma de decisiones compartida debe mucho al esfuerzo de los propios destinatarios de la misma, los pacientes y sus asociaciones y movimientos. Pero también queda claro que, aunque no sin resistencias, la propia profesión se siente comprometida con ese proceso de mejora; de ahí el movimiento de compromiso con los valores profesionales que se ha producido en lo que va de milenio bajo la denominación de “profesionalismo médico”, en cuyo seno debe entenderse esta iniciativa.
 
Plantear y promover un ideal no significa olvidar que, en muchas ocasiones, éste no se cumple, sino apostar porque el nivel de cumplimiento mejore y progrese en calidad. La propia iniciativa ya supone un paso en esta dirección, pero el propio proceso de reconocimiento como Patrimonio Universal, aunque no consiguiera llegar a su objetivo final, habrá supuesto también una serie de pasos importantes en ese sentido, pues por el camino se deben ir tomando medidas que garanticen ese bien a proteger, comenzando por el nivel local. El grupo de trabajo de la iniciativa ya tiene en mente diferentes proyectos para ello que habrá que ir desarrollando en el tiempo, de forma compartida con las autoridades españolas, con las que ya se han iniciado los contactos para conseguir el paso intermedio de reconocer la relación médico-paciente como bien a proteger en nuestro país.
 
Es evidente el valor simbólico de la iniciativa, pero también lo es su valor práctico porque promover esta realidad de la relación médico-paciente significa:
 
-Hacernos conscientes del bien intrínseco que conlleva nuestra profesión, y con el que convivimos a diario, del que debemos sentirnos orgullosos y por el que muchos de nosotros nos acercamos a la Medicina como profesión.
 
-Reconocer esa relación y tratar de rescatarla frente a las dificultades a las que se enfrenta (desarrolladas en el documento de presentación de la iniciativa), que en muchas ocasiones pretenden entrometerse en ese espacio de intimidad y ayuda, distorsionando su fin principal.
 
-Desarrollar líneas concretas de actuación, incluyendo la propia formación de los profesionales, para que alcance su máximo desarrollo.
 
-Encontrarnos con los pacientes y sus asociaciones en algo que ellas mismas consideran valioso, como muestra el apoyo de estas últimas al proyecto, y perfilar con ello aún mejor nuestra identidad y nuestra práctica.
 
-Disponer de un criterio fundamental para defender las condiciones de ejercicio de nuestra profesión, contribuyendo a recuperar los niveles de satisfacción de los profesionales y la calidad de la atención prestada.
 
Es difícil encontrar un mejor argumento para reclamar, por ejemplo, la existencia de un tiempo suficiente en cada acto asistencial, o el compromiso de la sociedad en su conjunto para prevenir las agresiones a profesionales, de forma que no se pierda la confianza como base de la relación entre médicos y pacientes, entre profesionales sanitarios y el conjunto de la población.
 
Ojalá el proceso iniciado sirva para reforzar esta dimensión humana, cardinal en la asistencia sanitaria, cuya promoción y recuperación (allí donde haya podido desaparecer) tanto se demanda en los medios. Y ojalá que toda la profesión se anime en esta dirección, porque la relación médico-paciente no es un bien de las entidades o de las organizaciones profesionales, ni siquiera de la sociedad en general, sino sobre todo de cada profesional y de cada paciente cada vez que se reúnen para tratar de resolver o minimizar el impacto vital de un problema de salud.
 
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