miércoles, mayo 1, 2024

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Dr. Fernández Chavero: ¿Tenemos la necesidad de ser necesarios?

El Dr. Manuel Fernández Chavero, colegiado del Colegio de Médicos de Badajoz, explica que los profesionales deben tener la necesidad de sentirse más necesarios que nunca, porque a su juicio, la profesión médica tiene que estar íntimamente ligada a la excelencia vocacional

Hace ya algún tiempo, en el transcurso de una cena de trabajo, tuve la oportunidad de compartir mesa con un excelente compañero. A lo largo de la misma se hablaron muchas cosas pero de todas ellas me quede con una frase que según este compañero, un día le dijera un amigo suyo. La frase en cuestión era: “Soy feliz desde que he descubierto que soy innecesario” 

Es de esas frases que te entran por el oído desde el principio. Quizás algún experto podría desarrollar todo un libro con los significados de la misma.

Es evidente que la frase tiene al menos dos caras. Una cara amable que bien pudiera ser la del anciano al final de su camino. Ha cumplido todas sus obligaciones y expectativas y es feliz porque ya no es necesario. Contempla la vida con la satisfacción del deber cumplido y no tiene otra responsabilidad que ver pasar sus últimos años desde la placidez de disfrutar de haber pagado todos los plazos de esa hipoteca que llamamos vida.

Pero también tiene una segunda cara, desasosegante y egoísta del que se siente feliz por todo lo contrario. No me siento útil ni necesario para nada ni para nadie, quizás ni para mí mismo, y esa vacuidad me satisface.

Me apena leer en las redes sociales, en la prensa, que hay compañeros que tiran la toalla porque no soportan las largas jornadas de guardia, los salarios bajos, la precariedad de contratos, las condiciones abusivas que, en ocasiones, impone la Administración etc. Precisamente en esas condiciones adversas, en medio de esa tormenta de factores a la contra, es cuando tiene que surgir la Vocación como un salvavidas que nos eleve por encima del oleaje. Es justo ahí donde los médicos tenemos que tener la necesidad de sentirnos más necesarios que nunca.

Hemos caído en el error de exigir como única condición, para ser médicos, la excelencia académica. En los últimos años solo han accedido a la profesión los más brillantes expedientes de bachillerato. No tengo muy claro si esa brillantez académica ha ido pareja con una auténtica vocación de servicios. La Medicina, la profesión médica, no tendría que estar muy ligada a la excelencia académica pero si íntimamente ligada a la excelencia vocacional.

Los que hemos sido médicos rurales, y tenemos una cierta edad, recordaremos siempre aquellos pueblos de la España profunda donde vivíamos casi secuestrados las 24 horas del día todos los días del año. En muchas ocasiones sin practicantes (actuales enfermeros) y sin farmacia. Nuestras armas eran escuchar mucho y explorar mucho; desarrollar lo que se llamaba el ojo clínico. Solicitar una radiografía o unos análisis eran circunstancias extraordinarias. No había teléfonos móviles y teníamos la puerta de la casa llena de papelitos con mensajes: “Estoy en el bar de la plaza”. “Estoy en el cine de verano”. “He salido a un aviso a casa de fulanito”. “Vuelvo enseguida”. “He ido a echar gasolina” “Estoy en un parto en casa de….”. etc.  Nos pasábamos el día y la noche entrando y saliendo en casas donde éramos “necesarios”. Aglutinábamos en nuestro maletín todas las especialidades. Estoy en el absoluto convencimiento de que aquella sociedad rural era más inculta, en muchos aspectos, que la actual pero sin embargo también  estoy convencido de que tenía más educación sanitaria  y sobre todo era una sociedad con un gran estoicismo frente a la adversidad y  afrontaba la enfermedad y la muerte como algo inevitable. El ideal del final de la vida era morir en casa, con la familia, en tu cama y con tus sabanas limpias. Ahora hemos generado el espejismo de que todo se cura, todo se opera y cada vez cuesta más aceptar la inevitabilidad de la enfermedad y la muerte; solo se acepta la muerte y la enfermedad cuando existe una evidencia absoluta de que no había otro remedio; de no ser así se nos denuncia por negligencia, mala praxis, se nos agrede etc.  habiendo  desembocado en una alarmante judicialización de la profesión.

   Aquella bendita y heroica medicina rural, medicina de trincheras, sí conocía la precariedad, los contratos full time que dirían ahora, la falta de medios y los salarios bajos……. pero era nuestra profesión, ejercíamos con una vocación sin fisuras……y no se arrojaba la toalla.  Recuerdo que para redondear un poco aquellos salarios  se cobraban las llamadas “igualas”. Pero nunca fuimos felices por innecesarios; muy al contrario nos sacrificábamos porque nuestra vocación era la esencia que nos reivindicaba como ciudadanos comprometidos y necesarios. Tanto más necesarios cuanto mayor eran las dificultades.

Quizás en la puerta de la OMC  habría que erigir una estatua al médico rural.

Los médicos ejercemos una profesión única en su necesidad. Por eso creo que nuestra primera obligación es generar y potenciar en nosotros mismos  la necesidad de ser necesarios lo cual no significa que pretendamos ser imprescindibles. Todos los cementerios del mundo están llenos de gente que se consideraba imprescindible ( Georges Clemenceau)

Tenemos que ser necesarios para los enfermos, para los sanos, para los que nos respetan y también para quienes nos agreden.

Una sociedad en la que el enfermo agrede a su médico, el alumno a su maestro, el esposo a la esposa o el hijo al padre es una sociedad enferma. Gravemente enferma. Es una sociedad enferma porque entre otras cosas ha considerado innecesarios unos valores que los médicos, como referentes y educadores sociales, tenemos la obligación de luchar para que la sociedad tenga la necesidad de  recuperarlos; por lo tanto la necesidad de ser necesarios ha de ser para los médicos una prioridad absoluta.

Esta sociedad enferma tiene hoy, más que nunca, la necesidad de disponer de unos médicos más sanos que nunca, por lo tanto tenemos la responsabilidad de tratarnos a nosotros mismos, bien con tratamientos curativos o paliativos, para vencer a esa enfermedad llamada desgana, apatía profesional o desilusión, que anemiza nuestra capacidad de respuesta y que ahoga y asfixia nuestra natural tendencia, desde Asclepio/Esculapio, al humanismo, al idealismo y al sacrificio por el bien ajeno. Los médicos no nos podemos dejar vencer por el desánimo, los recortes o la precariedad. Nuestra vocación tiene que ser el motor que nos haga más fuertes, más prudentes y templados y más justos. Solo desde la prudencia, fortaleza, templanza y justicia podremos inducir en la sociedad la necesidad de que ella misma genere en nosotros la fe y la esperanza que todo médico debe llevar siempre en su ideario profesional.

Me he permitido escoger algunos párrafos de la carta de Esculapio a su hijo porque considero que expresan con una  intemporalidad absoluta el valor de la vocación y por ende el valor de ser profesionales necesarios sin derecho al desmayo ni a la renuncia:

“¿Has pensado bien lo que va a ser de tu vida? Tendrás que renunciar a tu vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos pueden, una vez terminada su tarea, aislarse lejos del infortunio, tu puerta deberá estar abierta a todos. A toda hora del día o de la noche vendrán a tumbar tu descanso, tus placeres, tu meditación. Ya no tendrás horas que dedicarle a tu familia, a los amigos o al estudio.

No cuentes con que este oficio penoso te haga rico. Te lo he dicho: esto es un sacerdocio. Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana, todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de nauseabundas viviendas, los perfumes subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar orines, escudriñar esputos, meter el dedo en muchos sitios.

Piénsalo bien mientras estés a tiempo. Pero si indiferente a la ingratitud, si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerse del deber cumplido sin ilusiones, si te juzgas pagado lo bastante con la dicha de una madre, con la cara que sonríe porque ya no padece, con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de la muerte; Si ansías conocer al hombre, penetrar a todo lo trágico de su destino, entonces , hazte médico, hijo mío.”

Es necesario conocer los problemas, las miserias, los sinsabores y los objetivos para generar la necesidad de continuar trabajando  y de seguir en la brecha. 

Hago también un llamamiento a aquellos que nos rigen y dirigen. Deseamos que sientan la necesidad de considerarnos un colectivo necesario, que sientan la necesidad de mantenernos en unos niveles altos de compromiso social, ético y moral. Le pido a los Colegios de médicos que sean fuertes, garantes ante la sociedad de nuestra formación y cualificación profesional; que  luchen por nuestra identidad. 

Por ultimo sirva este escrito para apoyar, ayudar y animar, a aquellos compañeros que ya han renunciado o están a punto de hacerlo, agobiados por los problemas, la carga asistencial, la precariedad laboral, la crisis vocacional, la desazón profesional o el desasosiego. A todos quiero dedicaros esta frase de Mario Matricardi que un día leí por casualidad: “Soy un instrumento más de la orquesta denominada destino, en la cual solamente he interpretado notas medias y bajas, tranquilas y tristes, siguiendo la pista de una sinfonía llamada vida, en la cual no quisiera finalizarla sin tocar las notas más altas, que no solamente contengan alegría, sino también felicidad”

Creo que los médicos siempre que nos quede una tecla que tocar o un paciente al que curar, aliviar o consolar viviremos con la imperiosa necesidad de sentirnos necesarios.

 

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