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Dr. Altisent: “El efecto Roseto”

El Dr. Rogelio Altisent, director de Proyectos de la Cátedra de Profesionalismo y Ética Clínica de la Universidad de Zaragoza, reflexiona en este artículo, publicado en Diario Médico, sobre la evidencia de que cultivar unas relaciones humanas estables y generosas tiene un efecto protector para la salud

Roseto es un pequeño pueblo de 1.600 habitantes del Estado de Pennsilvania en Estados Unidos. Hacia 1960 su médico local estaba tomando una cerveza con el profesor Wolf de la Facultad de Medicina de la Universidad de Oklahoma, comentando con enorme sorpresa que la tasa de fallecimientos por infarto de corazón era llamativamente más baja en Roseto que en el resto las poblaciones cercanas, sin diferencias significativas en la dieta, en el consumo de tabaco, ni en riesgos laborales o de otro tipo. Tras analizar la epidemiología de este fenómeno, llegaron a la conclusión de que el hecho diferencial que se podía relacionar con la baja mortalidad cardiovascular era el singular tipo de relaciones sociales que caracterizaba a los habitantes de este pueblo. 

Era una comunidad de emigrantes italianos con su particular cultura y tradición: gente afable que se ayudaba mutuamente, sin distinciones en el trato según el nivel económico, con las casas muy cercanas y familias extensas, acogiendo a tres generaciones, donde los ancianos eran reverenciados. Todo ello se traducía en una comunidad con un bajo nivel de estrés, donde sus gentes se llevaban bien, hacían tertulias todos los días y jugaban a las cartas. Este fenómeno se ha denominado «efecto Roseto».

En 1992 el American Journal of Public Health publicó un análisis científico que certificaba esta relación al comprobar que los rosetianos habían pasado a tener la misma tasa de infartos que los habitantes de sus poblaciones vecinas, coincidiendo con la evolución de su tradicional estructura social cohesionada y solidaria hacia el característico modelo individualista de la sociedad americana. 

En 30 años las familias se hicieron pequeñas y se pusieron vallas para separar las casas. Con el cambio llegaron el estrés y los ataques de corazón. El efecto Roseto aporta evidencia a la intuición de que cultivar unas relaciones humanas estables y generosas tiene un efecto protector para la salud, a lo cual se ha prestado escasa atención al plantear la atención sanitaria. Hay que impulsar un movimiento cultural que someta a dura crítica la publicidad engañosa y la generación de expectativas sin fundamento en cuestiones de salud. Se hace necesaria una intervención más decidida por parte del legislador para evitar que el ánimo de lucro se cebe en uno de los sectores más vulnerables de la sociedad, mediante la publicidad que promete salud sin aportar evidencias. Por otro lado, las influencias y amenazas a la independencia de la medicina requiere una gestión de los conflictos de interés que contribuya además a preservar su imagen social. Las extraordinarias aportaciones que los fármacos han hecho a la salud en las últimas décadas no se pueden ensombrecer con una credulidad, alimentada por intereses, impropia de tiempos modernos,

El efecto Roseto merece ser estudiado y debatido en los centros universitarios pero también en los foros sociales. En estos tiempos de feroz individualismo informático hay que prestar más atención a los beneficios para la salud de las relaciones sociales cohesionadas y solidarias.

Acceda al artículo completo en Diario Médico

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