El presidente de la Comisión Central de Deontología Médica de la OMC parte de la negación de la muerte que predomina en sociedad actual, lo que conduce a cambios profundos con repercusión directa en la atención a los enfermos incurables. El doctor Marcos Gómez Sancho constata la tendencia a la muerte en el hospital, de ahí que procesos como la eutanasia o el encarnizamiento terapéutico adquieran mayor relevancia en este proceso de morir. En contraposición a estas prácticas aparecen los cuidados paliativos que suponen reconocer el carácter ineludible de la muerte y su contribución en un proceso ya iniciado cuyo único final es, precisamente, la muerte sin intervenir para provocarla ni para impedirla. Representan, a su juicio, “el avance más importante de la Medicina de los últimos años”
Madrid, 2 de marzo 2010 (medicosypacientes.com)
La muerte no es sólo un hecho biológico. No lo es, al menos, para el hombre, que le ha querido buscar siempre un significado. La historia de la humanidad trata de la vida del ser humano, pero también de su postura ante la muerte.
Dr. Marcos Gómez Sancho,
presidente de la Comisión
Central de Deontología Médica
de la OMC.
A todos nos infunden temor la enfermedad y la muerte. Pero no hablamos acerca de ello. Ni con los demás ni con nosotros mismos. En lugar de sobreponernos a este temor saliendo con franqueza al encuentro de la enfermedad y de la muerte como las más reales posibilidades de nuestra existencia y entablar al respecto una conversación grave, eludimos esta conversación haciendo ver que la enfermedad y la muerte no existen. Las costumbres sociales contemporáneas facilitan mucho esta actitud.
Durante más de mil años, las personas morían de una manera más o menos similar, sin grandes cambios. Era la muerte familiar. El enfermo moría en su casa, haciendo del hecho de morir, el acto cumbre de su existencia. De esta manera, era más fácil vivir la propia vida hasta el último momento, con la mayor dignidad y sentido, rodeado de los seres queridos.
La negación de la muerte, tan característica de nuestro mundo actual, ha conducido a cambios profundos y que han tenido una repercusión directa en la atención a los enfermos incurables.
En solamente una generación se ha producido un cambio espectacular en la forma de morir. Hoy en la mayoría de los países predomina la muerte en el hospital, donde es mucho más difícil ?vivir la propia muerte? como un hecho consciente y digno. Otros riesgos se añaden a estas dificultades y que hacen referencia a la medicalización de la muerte. Asuntos como la eutanasia o el encarnizamiento terapéutico son algunos de los aspectos éticos que cada vez adquieren mayor relevancia en el proceso de morir, sobre todo cuando esto sucede en el hospital.
El comportamiento del hombre ante la muerte a lo largo de la historia ha estado siempre lleno de ambigüedad, entre la inevitabilidad de la muerte y su rechazo. La conciencia de la muerte es una característica fundamental del hombre.
Así nos encontramos con una sociedad que, siendo mortal, rechaza la muerte. Este rechazo social a la muerte, no creo precisamente que le haya ayudado al hombre en el momento en que tiene que enfrentarse a ella. Contrasta, en efecto, este rechazo total por parte de la sociedad y la angustia, mayor que nunca, que el hombre, individualmente, siente ante ella. La muerte ha dejado de ser admitida como un fenómeno natural necesario. Es un fracaso.
La participación de la familia en la muerte de uno de sus miembros se ve muy acotada o desaparece casi del todo cuando el enfermo es hospitalizado. Los adelantos de la medicina han dado popularidad al hospital como único sitio adecuado para el que va a morir, aunque el recurso de la hospitalización también se debe a que las familias actuales difícilmente pueden hacerse cargo del cuidado de un enfermo terminal. Pero además, y sobre todo, el hospital coloca a la muerte fuera del hogar y permite ponerla a cierta distancia.
Por ser el sufrimiento uno de los sinsentidos de la muerte, el derecho a morir dignamente se ha plasmado en los esfuerzos para humanizar los cuidados destinados a los moribundos. Nadie puede dudar de la legitimidad de esta conquista del sentido de la vida y la muerte, ni de la restitución al ser humano de su dignidad amenazada por los artefactos tecnológicos.
La aparición de los cuidados paliativos anuncia un cambio de actitudes frente a la muerte porque supone reconocer su carácter ineludible y la necesidad de hacerse cargo de todo el proceso. Los cuidados paliativos representan pues una corriente contraria al intervencionismo basado en el ensañamiento terapéutico. Se deja que la muerte actúe en vez de actuar sobre ella; se acepta el drama humano en vez de representar una comedia; se le devuelve un sentido al ritual en vez de profesionalizarlo. Se condenan decididamente las tentativas clásicas de evitar la muerte o acelerarla y la prisa por hacer cualquier cosa que las acompaña. En otras palabras, la aparición de los cuidados paliativos representa una sumisión lúcida al orden de cosas y una preocupación solidaria por la suerte de los seres humanos.
La administración de cuidados paliativos no hace más que colaborar en un proceso ya iniciado cuyo único final es la muerte, sin intervenir para provocarla ni para impedirla. En cualquier caso, la filosofía de los cuidados paliativos basada en el acompañamiento de los moribundos constituye una búsqueda que conduce inevitablemente a la conquista de un sentido, que la sociedad de hoy parece haber perdido definitivamente. Creo, por tanto, que los cuidados paliativos suponen sin lugar a dudas y desde el punto de vista cualitativo, el avance más importante de la Medicina del final del siglo XX y comienzos del XXI.
Dr. Marcos Gómez Sancho,
presidente de la Comisión Central de Deontología Médica de la OMC