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Dr. Bátiz: “Soledad deseada, sí; obligada, no”

El Dr. Jacinto Bátiz, secretario de la Comisión Central de Deontología de la Organización Médica Colegial (OMC) y director del Instituto de Sensibilización, Formación, Investigación e Innovación para Cuidar Mejor del Hospital San Juan de Dios de Santurce,  realiza una reflexión sobre la soledad, pensando en quienes viven solos en la calle y mueren en soledad en sus casas, centros de mayores u hospitales

La soledad es una posibilidad existencial del ser humano, pero no solo una posibilidad, sino una necesidad. El ser humano necesita soledad para desarrollarse y crecer. En nuestro planeta Tierra hay lugares muy solitarios, pero también hay lugares que están superpoblados donde la densidad humana por metro cuadrado es descomunal. La soledad no tiene un sentido meramente geográfico ya que se puede estar con sensación de soledad en el lugar más denso del mundo, porque la soledad, en la esfera humana, no es un espacio físico, sino un ambiente de tipo anímico. Una persona puede hallarse en el lugar más solitario del planeta y no tener sensación de estar solo porque para ello se requiere una determinada predisposición anímica.

En el ser humano existe un doble riesgo: el riesgo de vivir permanentemente en el exterior de uno mismo y por otro lado, el riesgo de aislarse del mundo afectivo y encerrarse en el caparazón de la soledad.  Este ser humano necesita al otro para construirse, pero también necesita la soledad para descubrirse a sí mismo. Miguel de Unamuno, en su ensayo sobre “La Soledad”, considera que el ejercicio de la soledad, el aislamiento y el recogimiento personal, son fundamentales para conocer a los otros hombres y para ahondar con más intensidad en la entraña de uno mismo.

Los enfermos sufren de soledad, pero también necesitan de la soledad. Tal vez les parezca esta afirmación algo extraña, pero estoy seguro de que la entenderán después de leer los párrafos siguientes. La soledad deseada es una necesidad vital del hombre y constituye el fundamento de su identidad personal y la soledad obligada se impone desde el exterior y significa la negación del mundo afectivo como afirma el filósofo Françes Torralba en su libro “Antropología del Cuidar”. Por tanto, se puede decir que la soledad deseada desde el adentro es bella y la soledad obligada desde el afuera es dolorosa. El ser humano necesita la soledad interior para desarrollarse íntegramente, pero también necesita protegerse de la soledad dolorosa para poder desenvolverse de un modo equilibrado. Partiendo de estos dos conceptos sobre la soledad deseo justificar el título de este artículo y hacer algunas reflexiones prácticas que nos ayuden a cuidar a los enfermos, sobre todo en el final de sus vidas.

Sentirse a salvo, estar acompañado y tener conciencia de ello es fundamental para soportar la soledad física. Sin embargo, cuando estamos asistiendo a un hecho ineludible en nuestra sociedad que es la atomización de los individuos  ello desemboca, con mucha frecuencia, en la experiencia de la soledad obligada, de la soledad forzada. Esta es la soledad de tantos ancianos que viven solos en un decrépito hogar. Esta es la soledad del huérfano. Esta es la soledad de la viuda. Esta es la soledad del indigente que duerme en la calle.

Cuando tenemos que cuidar a un enfermo, la cuestión de la soledad es fundamental, pues cuidar a un ser humano es, en primer lugar, estar con él, no abandonarle a la soledad dolorosa. Cuando el ser humano sufre dolor o una enfermedad, siente con un deseo imperioso la afectividad del prójimo, siente la necesidad de desarrollar su mundo afectivo. Es precisamente entonces cuando la experiencia de la soledad obligada, la experiencia del abandono es particularmente negativa y tiene efectos muy graves en el estado anímico del enfermo. El moribundo necesita sentirse que no es abandonado ni por los sanitarios ni por su familia y amigos. Ha tenido ocasiones en su fase terminal de querer estar a solas consigo mismo, pero ahora, cuando llega el momento no quiere morirse solo. Desea sentirse acompañado, necesita sentirse querido. Nuestra manera de cuidarle es ofrecerle nuestra compañía; incluso cuando él desea estar en silencio o está inconsciente, continúa sintiendo nuestra compañía. De esta manera no se encuentra solo.

Nadie quiere morir solo. La soledad en el proceso de morir es uno de los síntomas que más hace sufrir a la persona. Todo ser humano, por naturaleza, desea morir acompañado, cuidado por las personas que ama. En dichas circunstancias, estrechar los vínculos es fundamental, sin embargo, el enfermo moribundo sabe que debe enfrentarse personalmente al reto de la muerte y que nadie puede hacerlo por él.

Lo esencial en el proceso de acompañar es no dejar solo a quien no desea estar solo. Es de suma importancia que los moribundos no se sientan abandonados; en otras palabras, que sepan que están siendo cuidados por otros, incluso aunque sean conscientes de que no tienen cura. Respetemos su soledad deseada y eliminemos su soledad obligada.

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