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Navidades saladas

El obispo de Bangassou (República Centroafricana), Juan José Aguirre, nos envía una felicitación de navidad en forma de artículo. «Desde la Fundación Bangassou hasta los límites del orbe: semillas de paz que sean más fuertes que la indiferencia», según nos transmite

Madrid, 24 de diciembre 2010 (medicosypacientes.com)

A nadie le gusta un dulce amargo. Pero a veces no hay más remedio que comérselos. Por eso me atrevo desde Bangassou (Centroáfrica), a poner unos granos de sal en los dulces de vuestra Navidad.
Para empezar, pensad en una primera foto, imaginaria, la de los belenes que muchos ponéis en vuestras casas pidiendo a Dios que, si hay que llenar la vida de algo que la caliente, sea para Él el primer puesto. María y José habían llegado a Belén como unos humildes ?sin techo?, ?okupando? el establo de una posada abarrotada. Luego llegó un parto, menos mal que sin complicaciones, como mínimo en circunstancias desagradables y poco asépticas. Noche sin luz y con frío. No había un plan B en la agenda de San José (mejor decir que no tendría ni plan B ni agenda) y, como a millones de seres humanos de esta tierra, o lo tomaban o lo dejaban. Menos mal que luego llegaron los pastores, los ángeles, el consuelo del amor y el canto del Gloria en un mundo entramado de desapego e indiferencia. Creo que aquella noche en Belén de Judea, si había dulces, es porque los habían traído los pastores y serían de queso.

Pero, como dice la editorial del último número de la revista ?Mundo Negro?, ?nadie se imaginaba que un hecho tan sencillo como el nacimiento de un niño en una posada de Palestina, pudiese tener tanta trascendencia para el género humano?. Lo cierto es que Jesús entró en nuestro planeta mundo por la puerta de atrás, sin ruido, de la manera más discreta. Después de más de 2000 años de su llegada, a pesar de nuestra sociedad europea más que nunca laicizada, viviendo como vivió y diciendo lo que dijo, nadie ha podido demostrar aún que estaba equivocado. Lo que más me impacta de aquella noche en Belén es su precariedad, lo complicado de la situación, el estar con el agua al cuello, el tener que parir solos los dos a la luz de las estrellas sin más canastilla que lo poco que María se había traído de Nazaret, aquellos pañales con los que, dice el Evangelio, lo fajó y lo envolvió.

La segunda foto es la de arriba. Las viejitas son Odette y Juana. Como podéis imaginar, no son ni actrices de cine ni intelectuales de última generación. Ellas son simplemente dos mujeres de Bangassou acusadas de brujería. Ya son ancianas y desvalidas. Tampoco tenían un plan B para escapar de aquel ?paraíso del demonio? como lo llama el Papa en su último libro, de aquella cárcel mugrienta donde las encontramos. Vivían encerradas en un lugar espeluznante, durmiendo en el suelo, sin luz ni alimento, entre paredes llenas de insectos en incómoda promiscuidad con violadores y ladrones de baja talla, adeptos a la violencia machista (hay pocos casos en Bangassou) y otras costras de la sociedad.

Como la de José y de María que se juntó en Belén, las historias de Jeanne y Odette fueron similares y se juntaron en una cárcel maloliente. Jeanne, ya talludita, siguió a su marido dejando su pueblo natal. Pronto murió su pareja dejándola sola, pobre, sin descendencia y sin heredad y, para más INRI, de otra etnia. Pronto se convirtió en la diana, en el chivo expiatorio del barrio, en la bruja maléfica capaz de atraer la ruina sobre todos sus habitantes. Cuando alguien murió de Sida, todavía joven, empezaron a mirarla de reojo. Llegado un accidente de caza a un paisano en el barrio de Maliko, se la acusó de ser la provocadora, de ser inexplicablemente, el origen del hecho. Una vez consensuado el fallo popular, la sentencia era más firme que la que podría dar el Tribunal Penal Internacional de La Haya, además sin posibilidad de apelación. Después vinieron las injurias, las acusaciones sin número, los intentos de lapidación y linchamiento popular. La pobrecita se libró de milagro. Salió con un brazo roto y se escapó de morir como San Esteban porque un sereno del barrio la llevó a la cárcel de Bangassou para protegerla.

Allí la encontramos. Odette había corrido la misma suerte y en aquella cárcel mugrienta se sentaban codo con codo, doble ración de triste realidad, unidas por la misma espada de Damocles sobre sus cabezas: una acusación por brujería. Allí las encontraron los dos cooperantes españoles de Bangassou, Alex y Teresa. No tenían pastelillos de queso que ofrecerles pero les dieron algo mejor. Hablaron con el Procurador y se pusieron de acuerdo con el jefe del pelotón de la cárcel para sacar de allí aquellas incómodas inquilinas y llevarlas a la casa de la Esperanza. Se trata de un centro un poco mejor montado que el establo de la posada de Belén, donde la diócesis de Bangassou recoge a criaturas de Dios, hombres y mujeres, con el mismo sambenito pespunteado en sus hombros. La María que los cuida se llama Michelina, una joven monja congoleña, que las lava, las peina, les corta las uñas y les pone pañales, que, afortunadamente, llegan en los contenedores que anualmente envía la Fundación Bangassou, cuando la senilidad impone unas reglas de vida que el común de los mortales no puede controlar. Una joven consagrada que hace horas extras sin ser controladora aérea, que nunca ha recibido en su vida 426 euros del desempleo porque trabaja a tiempo completo, 7 noches de guardia por semana y mucho amor en el cuerpo para encarar la difícil situación de estas viejitas, carne de cañón de la desmesura humana. Con la misma sorpresa con la que María y José vieron llegar los ángeles de Dios con su ?Gloria in excelsis Deo?, Jeanne y Odette se quedaron con la boca abierta descubriendo su nueva residencia. Cambio de chinches por jabón y golpes de bayoneta por las caricias de Micheline. Por su geografía mental no imaginaban que, llegada la Navidad, mil dosis de ternura pudieran sustituir la desnudez vergonzosa de la cárcel de Bangassou y un dulce amargoso de la joven monja pudiera reemplazar la abrumadora presión de una acusación de brujería.

Feliz Navidad 2010 a todos, desde la Fundación Bangassou hasta los límites del orbe: semillas de paz que sean más fuertes que la indiferencia.Mons Juan José Aguirre

Obispo de Bangassou.

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