El presidente del Colegio de Médicos de Alicante, el doctor Antonio Arroyo, firma este relato cercano y lleno de sensibilidad, ternura y de valores sobre la importancia del ser humano
Alicante, 30 de marzo 2011 (medicosypacientes.com)
Dr. Arroyo.
por el Doctor Antonio Arroyo Guijarro, presidente del Colegio de Médicos de Alicante
Hoy es un día caluroso del mes de agosto, más bien tórrido. Me dirijo al Colegio de Médicos tras acabar la consulta y subo a mi habitual medio de transporte que, en estos momentos, es el autobús número 23, esperando transcurra el corto y rutinario trayecto, refrescado por el aire acondicionado. Una vez tomado asiento, comienzo a oír un monólogo con voz de agudos, ritmo ágil y rápido, verbo fácil, sin pausas y surge en mí la sorpresa al comprobar que corresponde a una mujer adulta, asentada en una silla de ruedas, con un cuerpecillo contraído, no mayor de 50 centímetros, con brazos y piernas deformes y cortos y cara de ojos vivaces que expresan una notable inteligencia; no hay duda de que se trata de un peculiar enanismo congénito.
La oradora está dirigiéndose a dos viajeros vecinos contándoles sucesos cotidianos de su vida, similares a los de la mayoría de los ciudadanos, llamándome la atención por el ritmo alegre con el que los cuenta y el interés y satisfacción que produce en aquéllos, un hombre y una mujer; en su torrencial alocución hace referencia al supuesto de que si volviera a nacer le gustaría ser millonaria o maestra, esto último por la abundancia de vacaciones a lo largo del año. En una frenada del autobús la silla se desplaza sólo un poco por limitarlo al cinturón de seguridad para sillas de disminuidos físicos, circunstancia que hizo visible al acompañante de la protagonista, un hombre longilíneo de no más de un metro de estatura, cara alargada y gafas redondas, que denotaba una inteligencia normal, el cual no interviene en la tertulia; tal vez, se tratara de su padre, un hermano u otro familiar.
Llega el autobús a la parada del Colegio de Médicos, donde desciendo y oigo a nuestra ?heroína? que, dirigiéndose al conductor con cantarina y elevado tono de voz pide: ?caballero, haga el favor de poner la rampa de bajada?. Aquí finaliza mi relación con los inesperados protagonistas de esta escena urbana, pero que me induce a la reflexión sobre el sentido de la vida de los seres humanos, la felicidad, el derecho a decidir quiénes deben o no incorporarse a nuestro mundo en función de nuestras conveniencias o diseños de ser humano ideal.
Hoy me he emocionado y comprobado que el espíritu debe valer infinitamente más que la materia, y que el alma no necesita un lujoso soporte para resplandecer. ?Su cuerpo era pequeño, su espíritu fértil como granos de mostaza y su alma aligerada de la vanidad de la materia?.