Artículo realizado por Nuria Fernández Gámez, estudiante de periodismo en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, sobre un acto formativo para periodistas promovido por la Organización Médica Colegial (OMC)
Madrid, diciembre 2010 (medicosypacientes.com)
¿CUANTO ME QUEDA, DOCTOR?
Por Nuria Fernández Gámez
Viñeta realizada por Ana Isabel Gómez
Terminé la residencia con 28 años, tras tantos años envuelto en libros, era un joven licenciado en medicina especializado en oncología. Mi único objetivo era trabajar, salvar vidas, ayudar, destruir ese conjunto de enfermedades en las cuales el organismo produce un exceso de células malignas, el cáncer. Encontré mi lugar en un hospital de Madrid, fueron pasando los años y fui creciendo profesionalmente, cáncer de mama, de pulmón, de vejiga, piel, próstata, colón, hígado, estómago, páncreas?eran muchos; conversaciones, reuniones, comités de tumores con radiólogos, patólogos, neumólogos, urólogos? mostrando todos los estados de los pacientes para tratar cuanto antes con cirugía, quimioterapia o radioterapia en la mayoría de los casos.
Fui conociendo a muchos pacientes, el cáncer siempre era el mismo pero el organismo de cada uno era completamente diferente. Siempre salió todo bien incluso yo mismo me sorprendía de los buenos resultados que íbamos consiguiendo. Pero llegó el día menos esperado, me llego a mi consulta un informe del servicio de anatomía patológica en el que se diagnosticaba un cáncer de mama de alto grado con metástasis en varios órganos. La paciente de 35 años de edad, casada y con 2 hijos de 7 y 10 años respectivamente, estaba citada y acudió a mi consulta al día siguiente. La paciente acudía tranquila, feliz, ella no esperaba nada malo. Me senté con ella en mi despacho, solos, nadie más debía molestarnos en un momento tan delicado, iba a ser la primera vez que tuviese que contar una mala noticia a un paciente y con bajas esperanzas, a decirle que el cáncer estaba completamente extendido , que tenia dañado órganos vitales como el cerebro. Le ofrecí agua y le pregunte por sus hijos, ella decía que eran dos ?piezas? que solo peleaban por los juguetes, protestaba por el comportamiento de los chiquillos pero le brillaban los ojos con tanta felicidad que incluso pensé en no contarle nada. Asumí mi situación, mi obligación como médico y como responsable de su salud en esos momentos. Se lo comuniqué todo, despacio, con mi mano agarrada a la suya, olvidé los tecnicismos, solo le hablaba en tono personal pero siempre con cuidado porque sabía que la noticia la derrumbaría. Empezó a llorar, le temblaban las manos, no podía articular palabra, no quería beber, solo lloraba?deje que llorase, que expresase, que se desahogara.
Conseguí tranquilizarla un poco, le di esperanzas y muchos ánimos haciéndola ver que le quedaba mucho camino y que si ponía todas sus fuerzas saldría adelante. Comenzó el tratamiento de quimioterapia y durante dos años le fuimos haciendo el seguimiento; su larga melena color castaño no estaba, la palidez y la delgadez se había apoderado de su cuerpo, su malestar era continuo, vomitaba sin parar, pero había otros días que sonreía, que me contaba las cosas que le decían sus pequeños sobre cosas del colegio pero?estos días eran pocos, de los otros casi todos.
El tratamiento no estaba haciendo efecto, los órganos estaban muy dañados, comenzaría su etapa en la unidad de paliativos, ¿su respuesta?: ?¿Cuánto me queda doctor?? Sinceramente, no lo sé la conteste y en verdad eso era lo cierto, nunca se puede saber, solo su organismo sabia cuanto iba a durar su sufrimiento. En esa misma noche recibí una llamada a mi móvil, un número desconocido, era el marido de mi paciente me regañaba, me insultaba me decía que por qué se lo había dicho que por qué no se lo comuniqué antes a él, que él sabía cómo manejar el asunto. Por un momento pensé que tenía razón; antiguamente los médicos no contaban todo a los pacientes por no causar mayor sufrimiento o preocupación y es verdad que cuando el paciente no lo quiere saber o si sabemos que va a ser peor para su estado, no se le comunica sino que se habla con la familia?Pero el caso de esta mujer era diferente ella lo quería saber, y ella podía luchar y tener esperanzas. El marido no estaba en lo cierto; había que comunicárselo, ella tenía derecho a saber la verdad, a saber qué tenía y sobre todo a estar informada, pero yo sabía que en el fondo lo que a este hombre le pasaba era dolor, sufrimiento, melancolía, preocupación, le mostré mi apoyo y le hice entrar en razón de que habíamos hecho bien en decírselo no solo por una cuestión medica sino por cuestión humana, ética y legal.
La joven madre murió, y recalco lo de joven; tenía mucha vida por delante, muchas cosas por vivir. Sin duda , es la parte más difícil de mi profesión, se que esa familia lo pasó mal, yo también, me ponía en su lugar ,me imaginaba a personas de mi familia?pero fui aprendiendo no sólo con esa mujer de 35, sino también con mujeres de 49,67,41,83 y con hombres de 53,56,39,47 y así muchas edades más ?aprendí a ponerme en su lugar, de la importancia del momento en que viven ,de ser una persona fundamental en esos momentos de sus vidas, a transmitirles mi apoyo, mi confianza, mis fuerzas y mis esperanzas y a cómo transmitirles las malas noticas a mis pacientes, porque ellos tienen el derecho a elegir cómo y con quién compartir sus últimos días.