El presidente del Colegio de Médicos de Álava, el Dr. Kepa Urigoitia, defiende en este artículo la importancia de que la parte humanista del acto médico no pierda terreno frente a los avances científicos que se suceden en este ámbito
Artículo de opinión del presidente del Colegio de Médicos de Álava, Dr. Kepa Urigoitia, publicado en la revista del ICOMA nº24.
Los continuos descubrimientos en el terreno de las ciencias que están caracterizando este siglo tienen entre sus beneficiarios a la medicina, cuyo ejercicio refleja los imparables avances en el conocimiento de las enfermedades y en su tratamiento.
Ciencias como la biología, la genética, la ingeniería y la informática, entre otras, están contribuyendo con sus estudios a grandes cambios en el terreno del diagnóstico y tratamiento médicos y lo seguirán haciendo en el futuro de manera exponencial. Cambios que nos benefician en nuestro ejercicio y que, por ende, redundan en beneficio de nuestros pacientes.
Pero la enfermedad que acecha al ser humano no es una simple afectación en el plano físico de la persona. No enferman partes del cuerpo. Enferman las personas cuyas partes del cuerpo, por diferentes motivos, dejan de funcionar correctamente, incumpliendo con la misión que tienen encomendada dentro de ese engranaje conjunto que es la persona.
Y cualquiera que sea esta enfermedad y su grado de afectación -el dolor, la ansiedad y el miedo que en mayor o menor medida siempre le acompañan- tienen su reflejo en el plano emocional tanto personal como familiar. Una afectación ésta cuyo cuidado requiere de algo tan importante como la ciencia: el humanismo.
Es por ello que, desde antaño, en el acto médico han compartido espacio la ciencia y el humanismo. Un humanismo que tiene su razón de ser en esa empatía necesaria en toda relación en la que una persona va a depositar su confianza en otra. Un humanismo que parte de la humildad del reconocimiento de las limitaciones de la medicina y del ser humano.
Este componente moral y ético tiene su reflejo en una frase que se atribuye a dos médicos franceses del siglo XIX, los Dres. Bérard y Gubler, y que, a mi entender, sigue resumiendo de manera acertada lo que debe seguir siendo el objetivo de las profesiones sanitarias: “Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre”.
Incluso un gran científico como Erwin Schrödinger, Premio Nobel de Física en 1933, que impartió en 1950 cuatro conferencias bajo el título “La ciencia como parte integrante del humanismo”, en su libro “Ciencia y Humanismo”, es tajante al afirmar que “la finalidad de la ciencia y su valor son los mismos que los de cualquier otra rama del conocimiento. Ninguna de ellas por sí sola tiene finalidad y valor. Sólo los tienen todas a la vez”.
Sin embargo, en los últimos años se viene observando que paralelamente al incremento de conocimientos científicos, una gran parte de los profesionales médicos ha ido perdiendo la imagen humanista del acto médico, sin valorar en sus justos términos las repercusiones negativas que se derivan para el paciente.
No hace mucho leí una noticia sobre un estudio realizado por Case Western University y Babson College (EEUU) en torno a la posible existencia de regiones del cerebro responsables del pensamiento moral o ético que se “apagan” cuando se aplica el pensamiento científico. Esta investigación concluía que, efectivamente, hay dos mecanismos cerebrales: uno relacionado con la empatía (la percepción social y emocional) y otro para el pensamiento analítico (en el que se incluye el conocimiento del mundo físico), que entran en conflicto y “se suprimen el uno al otro”.
Aunque esto sea así, debemos encontrar en nuestro ejercicio profesional el justo equilibrio entre ambos componentes, sin pretender por ello renunciar en ningún momento a los avances en el terreno de la ciencia.
Como se recoge en nuestro Código de Deontología Médica: “La asistencia médica exige una relación plena de entendimiento y confianza entre el médico y el paciente”. Y para ello es imprescindible hacer uso de la empatía.
Todo ello porque, si bien es cierto que la medicina requiere de la ciencia, también lo es la frase que encabeza este artículo, que siempre me ha acompañado: CIENCIA SIN HUMANISMO NO ES MEDICINA