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Lorente: “Hay que modificar la mentalidad y la formación del profesional para tratar con responsabilidad la violencia de género”

El exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género Miguel Lorente iba a participar en una mesa dedicada al papel del médico ante esta lacra, en el marco del VI Congreso de Deontología Médica, que se celebra en Badajoz. Sin embargo, no pudo estar presente al tener que elaborar un informe sobre un caso de acoso en la Universidad.  En una entrevista concedida a ‘Médicos y Pacientes’ subrayó que “la violencia no son solo agresiones, sino que también incluye el control mantenido que ejerce el agresor” e incide en la idea de “modificar la mentalidad y la formación del profesional para tratar con responsabilidad la violencia de género”

¿Cuál es papel del médico ante la violencia de género?

Tiene un papel clave y trascendente. Tenemos la referencia de haber apostado mucho por otro tipo de iniciativas de carácter policial y judicial, que son necesarias, pero queda constatado que no son suficientes, ni lo van a ser nunca. La figura del médico es esencial por la perspectiva que tiene de abordar el problema como una cuestión de salud, porque esto es lo que padecen las mujeres y además tiene trascendencia en otros ámbitos. La salud se deteriora como consecuencia de las agresiones puntuales, pero también por vivir en una atmósfera de violencia con amenazas, intimidaciones y el estrés crónico que provoca el vivir en una alerta permanente. Además, el facultativo juega un papel clave en la detección, a la hora de poder tratar el asunto cuando ni siquiera las víctimas se atreven a hacerlo y tampoco se imaginan que en una consulta médica van a recibir ayuda. La detección y el abordaje terapéutico son puntos esenciales. 

¿La violencia de género constituye un problema de salud pública?

Sí, porque las causas que dan lugar a estos casos no son individuales. Nacen de una construcción cultural que debe ser abordada desde esta perspectiva. El problema no va a terminar curando y tratando terapéuticamente a las 600.000 mujeres que sufren violencia machista casa año en España. Las causas permanecerían presentes y los casos volverían a repetirse, desembocando en nuevos episodios médicos, sociales y policiales.

¿Qué tiene que cambiar la atención médica a la hora de abordar la violencia de género?

Hay que modificar el conocimiento y la formación para tratar con responsabilidad y dando respuestas a las cuestiones que su profesión exige. Es fundamental cambiar la mentalidad, la construcción cultural-social de cada uno. El médico nunca debió ponerse de perfil ante este tipo de casos, esgrimiendo que se trataba de temas privados familiares. Ese argumentario lo ha impuesto el modelo cultural existente en nuestra sociedad, que ha propiciado que la gente no se posicionase a nivel personal, ni tampoco desde el punto de vista profesional.  

¿Cuál es el principal problema que tiene un médico que se encuentra en la consulta con un caso de violencia machista?

Es un problema derivado de la falta de formación y del peso de la normalización de la violencia, de la sensación de que estamos invadiendo territorios privados.  Hay que entender que las mujeres tienen libertad para reaccionar y decidir, superar la cuestión cultural y apostar por el conocimiento científico especializado para ayudar a luchar contra esta lacra.

¿El profesional debe dar un paso al frente a la hora de detectar y denunciar estos episodios?

El médico se ve limitado por no saber qué hacer ante un caso así. En ocasiones, no sabe hacia dónde dirigir el caso. Se trata de un problema estructural, en el que la Administración no cuenta con un buen sistema para atender a las mujeres que han sufrido malos tratos. El parte de lesiones no puede ser la única medida que se debe adoptar, porque no funciona cuando se trata de agresiones graves porque la víctima no va a reconocer que se deben a un episodio violento y va a propiciar que la mujer no vuelva a acudir a un servicio médico cuando padezca esas lesiones. La violencia de género no son solo agresiones, sino también el control mantenido que ejerce el agresor y hay que derivar a servicios sociales comunitarios para tratar estos casos desde una perspectiva lo más amplia posible. Desde el ámbito particular e institucional hay que promover una respuesta que se adapte mejor a lo que son las necesidades derivadas de la violencia machista.

¿Es necesario abordar la violencia de género desde referencias ética y deontológicas, no exclusivamente clínicas?

Sí. Al final cado uno adopta un posicionamiento. Si el médico decide no seguir preguntando por temor a invadir la privacidad o sensibilidad de la mujer y rebaja el nivel de importancia y gravedad del asunto se sitúa defendiendo unos valores éticos ajenos al respeto por la igualdad que debe prevalecer en el ejercicio profesional. Cuando la Medicina pasó del principio de beneficencia al principio de autonomía es porque se colocó al paciente en una posición de igualdad respecto al médico. Este planteamiento es aplicable a la violencia de género.

¿Existe suficiente sensibilización del problema en los profesionales sanitarios?

Los profesionales sanitarios forman parte de una sociedad, no son diferentes. Todavía hoy el 75% de las mujeres agredidas en España no lo denuncian. De las 13 mujeres asesinadas en lo que va de año, solo una había denunciado. El 44% de las mujeres que no denuncian entienden que la violencia que padecen no es lo suficientemente grave. Desgraciadamente los médicos, como miembros de la sociedad, forman parte de esa cultura que busca la justificación de la agresión.

¿La formación específica de los profesionales sanitarios para constituir equipos multidisciplinares mejoraría los objetivos de detección y asistencia?

La especialización es fundamental. Es imposible que los profesionales de Atención Primaria puedan tener un conocimiento profundo del resultado y del contexto de violencia y normalización, culpabilización y minimización. Hay casos muy complejos que requieren un nivel de atención distinto por los tiempos y medios, como por la propia gravedad. Esa violencia impacta también en los menores y en España hay 840.000 niños y niñas que viven en hogares donde se maltrata sistemáticamente a la madre. Hay que dar una respuesta amplia y coordinada que exige especialización para algunos casos, evitando siempre la estigmatización.

 

 

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