Al hilo del reciente caso de la niña Andreaa, la Dra. Marian Jiménez dedica este post a una reflexión profunda sobre conceptos como el de dignidad y el de humanidad, sobre los que ofrece su punto de vista
Madrid, 16 de octubre 2015 (medicosypacientes.com)
“Dignidad propia o prestada”
Dra. Marian J, de Aldasora, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria, experta en ética medica por la OMC& FOM, vocal de la Comisión Deontologica del COM de Castellón, y adjunto en servicio de Urgencias de Hospital de La Plana y Servicio de urgencias extrahospitalarias de Castellon( 112)
Blog “Desde la litera de arriba” http://desdelaliteraderriba.blogspot.com.es/2015/10/dignidad-propia-o-prestada.html?showComment=1444841028816#c2031495808265025679
La dignidad nadie la otorga. Está enraizada en cada uno en nosotros mismos por el propio hecho de “ser”. Y para todos es igual independientemente del color, la posición social, el dinero, la salud o las ideas. La humanidad tampoco se compra o se vende, ni se regala…; es algo consustancial al hombre o al menos así cabe suponerlo.
Estos días se nos llena la boca de dignidad y muerte. De dignidad de vida, de dignidad en los tratamientos o de dignidad en general. Parece que las acciones sólo son dignas si coinciden con mi visión e indignas si apoyan la contraria. Generando una confusión de este calibre no se ayuda a Andrea cuyo caso, por respeto y confidencialidad, nunca debió salir de la intimidad familiar y del equipo médico que la trata.
Desconocemos el caso concreto con sus detalles técnicos y humanos- al menos, yo-; desconocemos la evolución y el pronóstico con exactitud. Desconocemos, incluso, la idea que el propio Andrea pueda tener de su dignidad ya que incluso ésta se nos muestra a través de sus padres. Sin embargo todos opinamos y queremos para ella una “muerte digna” cifrando la dignidad en cosas distintas.
La dignidad la da el control de los síntomas físicos y emocionales de la enfermedad al final de la vida cuando no se puede hacer más por ella. Curar, paliar y acompañar son los tres pilares que mantienen esa dignidad hasta el fin de una vida demasiado corta y con dificultades físicas que superar. Controlar el dolor, las nauseas, la angustia y el miedo…; conseguir la paz y el sosiego ante un devenir cercano e ineludible.
La dignidad viene dada por cómo la paciente y su familia encaren la muerte, ayudados por el equipo médico, evitando el sufrimiento, dulcificando la agonía sin interferir de modo directo en el devenir de los acontecimientos. Nada más y nada menos.
Todos hablamos por otros…; sus padres, sus médicos, el juez, el forense, los medios…por ella. La ley para una “muerte digna” – por la que tanto se aboga estos días- establecerá normas y supuestos. Sin embargo no creo que cambie nada. La vida siempre es tan rica que, aún cuando se apruebe ésta, seguiremos encontrando casos límites, de difícil resolución, que necesiten de un análisis detallado, meditado y consensuado que se escapen por los resquicios de la ley como la arena de la playa entre los dedos.
Mientras, leamos y meditemos los documentos que nos ayudan a comprender de qué hablamos, de lo que queremos decir con lo que decimos y a llamar a cada cosa por su nombre. Además de la ley existe un código deontológico (art.36 CD, 2011) que nos muestra el sendero a seguir previamente establecido por la propia profesión médica. En estos días es el gran olvidado siendo el que recoge orientaciones sobre qué hacer, cómo hacerlo, qué es medio ordinario y extraordinario, qué es un tratamiento o un cuidado…
Se puede hablar de cualquier cosa pero no de cualquier modo. Fundamentemos sólidamente nuestras opiniones o mejor estemos callados. Hay alguien que transita el final de su vida y alguien que lo acompaña en este momento.
Así de sencillo y así de doloroso.