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Dr. Vicente Andrés: «Medicina hipocrática: Juramento, aborto y eutanasia II»

El Dr. Vicente Andrés, Doctor en Medicina, Diploma Superior en Bioética y Máster Universitario en Filosofía Práctica, analiza en este artículo de opinión una segunda entrega sobre la historia del juramento hipocrático en la antigua Grecia  y en el que ahonda en el ser humano y sus relaciones que son objeto de estudio y comprensión de la medicina que busca entender lo que el enfermar supone, sus raíces y sus consecuencias. Así la Medicina se convierte en más que una ciencia y tiene en la Ética y bioética unos aliados imprescindibles

En el artículo precedente, al hablar del Juramento, predominó la exposición sobre la reflexión. Es posible que, pese a mis intentos de buscar la mayor objetividad posible, de modo que permita la discusión intersubjetiva, alguien haya interpretado que es mera opinión. Afectados como estamos, en el ámbito médico, de un verdadero cientificismo se olvida que hay aspectos de la humanización de la medicina que poco tienen que ver, estrictamente, con la ciencia. No obstante, pretendo que se comprenda en nuestra profesión que las Humanidades también son ciencias, aunque de otro calibre, con las que se busca entender al ser humano y sus relaciones, eso que conforma la cultura y la sociedad. El ser humano y sus relaciones son también el objeto de estudio y comprensión de la medicina que busca entender lo que el enfermar supone, sus raíces y sus consecuencias. Así la Medicina se convierte en más que una ciencia y tiene en la Ética y bioética unos aliados imprescindibles.

Aunque no hay una religión concreta en el mundo clásico griego, porque los dioses ya no estaban tan cercanos al hombre como en los tiempos de Homero y Hesíodo, sin embargo, el Juramento de los escritos hipocráticos se inicia con una invocación a Apolo, Asclepio, Higiea y Panacea, a los que pone por testigos del cumplimiento por parte del médico de lo que se va a comprometer. Esto da un carácter religioso al Juramento, como señala Laín quien considera, además, que la ética médica que contiene es formalmente religiosa[1], si bien el griego ilustrado ya ha modificado la religión olímpica, de tal manera que en el siglo V a. C. hay una cierta autonomía personal; sin embargo, la creencia y el pensamiento se aúnan para declarar el carácter divino de la physis[2], dando lugar a lo que se podría llamar una «religiosidad fisiológica», que acaba impregnando la deontología hipocrática y consecuentemente la medicina que se practica, de la que adquieren experiencia y que enseñan a los iniciados en la téchne iatrike[3].

Se puede pensar que dado el desarrollo personal de los griegos ilustrados, estos ya estaban situados en la laicidad, con lo que la analogía con nuestra época sería clara, en lo que concierne al pensamiento, pero personalmente estoy de acuerdo con Laín que lo fundamenta suficientemente, sin dejar de estar convencido que cualquier juramento es inequívocamente personal y no grupal; es un acto individual que compromete a uno mismo y nunca colectivo que solo banalizaría el acto de jurar.

Esto da sustento al hecho de que después del Juramento ?el centro de estos dos artículos y lo concerniente al aborto y la eutanasia? hay otros dos juramentos, estos ya sí de carácter estrictamente religioso y concretamente, cristianos.

Se trata el primero del denominado Juramento hipocrático cristiano[4] traducido por Gonzalo Herranz del «Juramento Cruciforme» de la Biblioteca Vaticana ?un manuscrito griego del siglo IX o X? cuyo origen se sitúa en los siglos II-III y del que consta su uso en el siglo IV. Esta procedencia del siglo II se afianza porque se considera que es anterior a Galeno (129-201).

El segundo es el Juramento II[5], también llamado «juramento poético» incluido en el Corpus Hippocraticum, pero no en todas las ediciones. Según los especialistas, está inspirado en el «Juramento cristiano», aunque este es más extenso que aquel que tiene un carácter fundamentalmente didáctico y moral.

Ambos invocan a la divinidad, como hacía el Juramento, pero ahora es cristiana: «Dios, padre de nuestro señor Jesucristo»[6]. Y en lo que respecta al aborto y a la eutanasia son mucho más explícitos que el Juramento. Así el primero indica:

Nunca prescribiré ni administraré a ningún paciente, aun cuando me lo pidiere, una medicina en dosis letal, y nunca aconsejaré cosa semejante; ni haré nada, por acción u omisión, con el propósito directo y deliberado de acabar con una vida humana[7].

Con lo que no cabe más interpretación que lo que prescribe, es decir que el médico no acabará con la vida de un ser humano de modo directo y deliberado. Es un no claro a lo que hoy entendemos por eutanasia.

Y respecto al aborto, también lo es:

Tendré el máximo respeto a toda vida humana desde el momento de la fecundación hasta el de la muerte natural, y rechazaré el aborto que destruye intencionadamente una vida humana única e irrepetible.

Resultan sendas aplicaciones del «no matarás» de la Ley Mosaica, por lo tanto, la influencia judeocristiana marca una diferencia sustancial y una adaptación de las prescripciones médicas a la realidad social imperante, sin dejar de tener en cuenta el factor personal del médico en ejercicio, que juraba convencido de sus conocimientos y de las creencias del momento a las que se adscribía.

Juramento IIes menos preciso, pero es igualmente contrario a acabar con una vida por medio de medicamentos. Dice:

Ni nadie me podrá convencer con dádivas de que provoque un dolor ilegítimo o que a un hombre le dé fármacos perniciosos como los que él sepa que proporciona la maldad asesina.

Así se puede poner en evidencia cómo la práctica médica, dirigida por una deontología profesional, ya que el futuro médico, en cierto modo, profesaba al hacer los votos que prescribían cuál había de ser su conducta y cómo había de ejercer el arte, estaba influido por el ambiente social, por las ideas imperantes y, sin duda, por las creencias. Se puede decir que este esquema sigue vigente en nuestra práctica médica actual. Las ideas dominantes son las que son y las creencias las que cada uno tiene formando parte de la propia identidad profesional. Todas han de caber en el Código Deontológico, sin menoscabar el derecho a la objeción de conciencia de cada cual. Así pues, nuestra obligación como colectivo profesional es huir de radicalizaciones del tipo que sea, intentando llegar a acuerdos comunes que favorezcan tanto la práctica profesional, como las necesidades sociales y que no las entorpezcan desde posiciones extremas.



[1] Laín, P (1987). La medicina hipocrática. Madrid: Alianza, pp. 381,382

[2] «Naturaleza». Los filósofos presocráticos eran fisiólogos, sus ideas y planteamientos partían de la observación del ámbito natural. Los médicos hipocráticos, aunque muy influidos por ellos, superan por medio del conocimiento y de la experiencia lo que los presocráticos preconizaban.

[3] «Arte médica». Los hipocráticos solo enseñaban la práctica médica a los cercanos, por lo tanto, ya estaban previamente impregnados de las costumbres y el arte de sus familiares médicos, ahora, con la práctica, aprenden cuáles son sus deberes y obligaciones, entre ellas, la de enseñar a los futuros médicos que les seguirán y sustituirán, con lo que la deontología se va perpetuando de generación en generación.

[4] Disponible en https://www.unav.edu>web>juramento.

[5] Juramento II (2003). En Tratados hipocráticos VIII. Madrid: Gredos.

[6] No en todas las versiones se utiliza esta fórmula, lo que algunos interpretan como una reminiscencia politeísta. Así el primero también alude solo al «Todopoderoso» y el segundo a «aquel que, en lugares inmaculados, gran dios, existe por siempre».

[7] En otras versiones: «No daré a nadie veneno, aunque me lo pida, ni sugeriré a nadie que lo tome (…) y me abstendré de cualquier acción, intencionada o no, que pueda causar daño o provocar la muerte».

 

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