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Dr. José Manuel Cucalón: “La oscura labor de los médicos de familia en la crisis del covid-19”

El Dr. José Manuel Cucalón, Vocal de Atención Primaria Rural del Colegio de Médicos de Zaragoza, analiza en este artículo de opinión la labor de los médicos de familia en la crisis del Covid-19

Dr. José Manuel Cucalón, Vocal de Atención Primaria Rural del Colegio de Médicos de Zaragoza

 
Cuando los cañones de la pandemia hacen sonar su más estruendoso sonido y la población se cobija bajo la ley de alerta y se sumerge en los domicilios cuan refugios antiaéreos, es cuando la infantería debe tomar la primera línea y atajar o minimizar los ataques feroces del Cov-19 para salvaguardar a la co-munidad de sus envestidas en forma de picos o agujas estadísticas.
 
Estas guerras epidemiológicas se vencen con paciencia y perseverancia de las fuerzas que se contraponen a los microbios. Estas fuerzas son, entre otras, los profesionales sanitarios. Y entre ellos, como siempre, habrá mayor reso-nancia de aquellos que están en la lucha por salvar vidas y que precisan de la mejor tecnología para su cometido. En la guerra militar son los tanques, los aviones y los acorazados. En la Medicina son las urgencias, las Uvis y Ucis y los superespecialistas que luchan denodadamente con el enemigo. Estos son, sin duda, los protagonistas de la película, y bien ganada tienen su fama y su valor en el fragor de la batalla. De aquí saldrán sin duda los personajes que la historia contemplará como héroes cuando la batalla llegue a su fin.
 
Pero que decir de los cientos, miles de infantes que dejaron la piel en el inten-to de frenar la acometida brutal y dañina del microbio. Como en el desembarco de Normandía, muchos fueron los ignorados pero fundamentales elementos del asalto a las playas. Sin ellos no habría sido posible la toma de Omaha.
 
Los médicos de familia, urbanos y rurales, son esos elementos indispensables para que cada empuje del Covid-19 llegue con el menor de sus impactos a los hospitales, saturados y congestionados desde el principio. Son los encargados de verificar los casos, triarlos, derivar solo aquellos que realmente lo necesitan, aislar a los leves, vigilar sus síntomas y seguirlos en los días cruciales de la batalla, valorar las bajas, los contactos, las familias, los domicilios, la ansiedad generada en la población, el seguimiento de sus bajas y altas, sus certificacio-nes de movilidad, sus necesidades sociosanitarias y  calmar su angustia ante los descorazonadores informes diarios de la situación epidémica. 
 
Esos médicos de familia que cada día acuden a sus puestos de combate con un casco y un fusil, a veces  de mala calidad, y que se enfrentan a la enfer-medad cuando no a la muerte con medios precarios pero con un valor y una entrega a la causa del bien común inmedible. 
 
Esos médicos que aún viendo las bajas a derecha y a izquierda de compañe-ros que dejan agujeros en sus filas, a veces mal apañados, siguen en sus puestos con frente alta y con entusiasmo por vencer. Esos médicos a los que la comandancia les cambia las órdenes a diario: tomar la colina, bajar a la pla-ya, desmontar esas minas, convencer al aliado, tranquilizar a las víctimas, pro-teger la retaguardia, sin discutir apenas dichas órdenes y siguiendo día a día en sus puestos. Esos médicos rurales que intentan preservar de los destrozos de la batalla en sus puestos defensivos, mantener el orden y paliar las bajas. Esos que incluso ayudan a los gobernantes locales a tomar las mejores deci-siones de combate, esos que vigilan los puestos de avanzada con nulas o pé-simas comunicaciones con sus fuerzas de apoyo. Esos que cuando sufren heridas tienen difícil tener una plaza en los hospitales ya rebosantes de heri-dos y que deben causar baja en sus puestos con la insufrible sensación de que ha dejado compañeros en su puesto al albur del destino que les aguarde.
 
En definitiva, esos infantes que forman los pelotones de ataque, de defensa y de contraataque frente al enemigo y que conseguirán, gracias a su empeño y esfuerzo, hacer que las directrices y órdenes de sus comandantes se puedan cumplir y ganar la batalla final. Esos infantes a los que la historia no recordará pero que se dejaron la piel en el intento. 
 
A todos ellos, urbanos y sobre todo, rurales, mi más ferviente enhorabuena. Vosotros ganareis la guerra. Mis mejores soldados. Va por vosotros. 
 
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