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Dr. Gómez-Guillén: “El médico enfermo y la Sanidad pública”

El vocal de médicos jubilados del Colegio de Médicos de Alicante basa su artículo en los resultados de una encuesta entre médicos jubilados, según la cual, un tercio de ellos se sienten insatisfechos por la atención médica que les prestan sus colegas. Las principales causas de esa insatisfacción derivan del trato que reciben de sus compañeros de profesión, así como de otras visicitudes del sistema sanitario

 

Alicante, 3 de diciembre 2013 (medicosypacientes.com)

“El médico enfermo y la Sanidad pública”

Dr. Fausto Gómez-Guillén, vocal Médicos Jubilados del Colegio de Médicos de Alicante.

Cuando, a continuación, nos refiramos al médico, queremos incluir también a sus viudas/os y familiares que dependen de él. También es necesario precisar que nos referimos al Sistema Nacional de Salud, ya que el mismo es peculiar, al dividir el territorio nacional en Comunidades Autónomas y, dentro de ellas, en Áreas Sanitarias, que condicionan el Centro Ambulatorio y Hospitalario asignado a cada ciudadano y, dependiendo de ello, el o los médicos que puede elegir. De ahí que, cuanto a continuación vamos a decir, resultaría baladí en muchos países de la Unión Europea.

Datos de una encuesta, realizada recientemente entre médicos jubilados del Colegio de Alicante, señalan que casi un tercio de ellos se sienten insatisfechos por la atención médica que les prestan sus colegas. Las principales causas de esa insatisfacción derivan del trato escasamente fraternal y deferente que reciben de sus compañeros de profesión, de las esperas, de las pocas facilidades para elegir centro hospitalario y ambulatorio y, como consecuencia de ello, para llegar, sino es por el procedimiento del trato o favor personal, al médico de su preferencia.

Cuando se plantea esta cuestión ante las instancias administrativas pertinentes, más pronto que tarde, aparece la palabra “PRIVILEGIO”;  con ella se pretende calificar la petición de que se tenga en cuenta las especiales circunstancias que concurren en el médico cuando pasa a ser un paciente.   Este comentario pretende analizar las peculiaridades que la asistencia sanitaria en general, y médica en particular, ofrece cuando el paciente es un médico y las razones que justifican un trato deferente, e incluso diferente, sin que por ello se produzca privilegio alguno.

La relación entre el médico en ejercicio y el paciente médico no puede sustraerse de cuanto establece el Código Deontológico y, siendo así, deberemos recordar que su artículo 27 impone, como obligación primordial, la confraternidad entre ambos de forma que, sobre ella, sólo tienen preferencia los derechos del paciente. De ahí que, siempre que no se produzca agravio, perjuicio o trato preferente sobre otros pacientes, tal fraternidad es obligada. También obliga a los médicos  a tratarse entre sí con la debida deferencia, respeto y lealtad, sea cual fue la relación jerárquica que exista entre ellos. Incluso el Juramento de Hipócrates,  invocado en el citado Código dice, a este respecto: Trataré al que me haya enseñado este arte como a mis progenitores, y compartiré mi vida con él, y le haré participe, si me lo pide,  de cuanto le fuere necesario, y consideraré a sus descendientes como a hermanos varones, y les enseñaré este arte, si desean aprenderlo, sin remuneración ni contrato.

Aunque hoy carece de sentido la literalidad de ese texto, sigue siendo cierto que cada generación de médicos es discípula de la que le precedió y maestra de la que le sigue y así, unas y otras, y en definitiva todos, estamos incluidos en el espíritu del juramento hipocrático. En resumen, ética y deontológicamente, los médicos nos debemos fraternidad y deferencia mutua y, por tanto, ello debe materializarse en hechos y gestos cuando un médico acude, como paciente, al colega al que confía su salud.

Pero, siempre que se respeten los derechos de todos los pacientes, además de las consideraciones citadas, meras razones de eficiencia y economía del SNS,  cuyos costes se sufragan, en buena parte, con cargo a los impuestos de todos los españoles, también de los médicos, sus conocimientos científicos y profesionales apoyan la  afirmación de que la atención sanitaria de un médico ofrece peculiaridades que deben ser convenientemente valoradas. En efecto, si, estableciendo un símil, el diagnóstico médico, fundamento de toda correcta terapia, lo consideramos la atalaya a la que se llega por una escalera de más o menos peldaños, dependiendo del punto de partida y de la complejidad de un proceso, y que la atención sanitaria  puede ser desglosada en varios apartados, uno de las cuales es el acto médico con sus diferentes fases, el médico enfermo, excepto en casos excepcionales, se coloca, por su capacidad de establecer un diagnóstico de presunción o certeza a si mismo o familiar próximo, en mitad de la escalera que conduce a la atalaya del diagnóstico de certeza. Y si ello es así, ¿porqué engrosar la lista de aquellos que esperan ser clasificados en la Sala de Urgencias de un Hospital, restando tiempo a otros pacientes, para ser ingresados en el Servicio que corresponda?. Su ingreso directo, en el servicio o unidad clínica adecuada, evitaría pérdida de tiempo, a veces crítico, y disminuiría gastos al Sistema;  en definitiva, un diagnóstico precoz supone un tratamiento inmediato y un menor porcentaje de complicaciones, mayor supervivencia y, al final, menor coste y mayor eficiencia. Se podrían poner multitud de ejemplos que avalarían esta afirmación: Si en un proceso agudo,  el paciente médico sospecha, en base a sus conocimientos de si mismo y de su formación profesional, un ictus, un infarto agudo de miocardio, un cuadro abdominal agudo, o un largo etc.;  acudir al Servicio adecuado con un diagnóstico precoz, imprescindible para el tratamiento inmediato, puede ser vital para el paciente y, como consecuencia añadida, beneficiosa para el Sistema ya que se deriva de ello una favorable evolución  aumentando las posibilidades de curación.  Disminuir  el porcentaje de complicaciones y acortar la estancia hospitalaria supone también disminuir  el coste del proceso. En definitiva, no es un privilegio poner en valor las especiales circunstancias que se dan en el paciente médico y que no se repiten en cualquier otra persona que carece de su específica formación profesional.

El médico paciente precisaría acudir, con menor frecuencia, disminuyendo las listas de espera, a la Consulta de otro colega en activo, si en su mano, y aquí me refiero ya concretamente al médico jubilado en el SNS, estuviese la posibilidad de auto-controlar la evolución de su enfermedad ya conocida, recabando los datos imprescindibles que hoy no puede solicitarse a sí mismo: ECG, Radiología, analítica, etc.

Incluso, cuando,  por  razones que no es el caso analizar en este instante, al médico se le jubila forzosamente a los 65 años, ¿no es un despilfarro despreciar los conocimientos y experiencia profesional de aquellos médicos que todavía se encuentran  en óptimas condiciones de salud?. ¿No se preconizan medidas para el envejecimiento activo?. ¿Qué mejor envejecimiento activo que seguir sintiéndose útil y valorado, al mismo tiempo que produce un bien a sus colegas jubilados?¿No deberíamos plantearnos, médicos y Administración, estudiar la viabilidad de organizar consultas, regidas por compañeros jubilados que, altruista y voluntariamente, estuvieran dispuestos a atender, hasta donde sea factible, a sus compañeros enfermos?

En resumen, tanto la Administración como los propios médicos, debemos plantearnos, de una manera rigurosa, el análisis de esta realidad y estudiar la forma de arbitrar procedimientos ágiles, eficaces y lo menos costosos posibles, para aprovechar los conocimientos de un médico en su propio beneficio y en el del SNS, cuando está enfermo. Además del beneficio para el médico al que, como un paciente más, tiene todo el derecho, si se consigue el reconocimiento de esta peculiaridad supondrá un nada despreciable ahorro de costes al sistema.

Jamás deberá considerarse privilegio alguno facilitar el contacto directo entre médico enfermo y su colega en ejercicio; muy al contrario, supondrá  alcanzar el grado de fraternidad  entre colegas que muchos médicos añoran actualmente.

 

 


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