El Dr. Francisco Javier Barón Duarte, miembro de la Comisión Central de Deontología del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM), analiza en este artículo de opinión como las nuevas tecnologías ha cambiado el lenguaje y la comunicación en atención sanitaria y lo contrasta con la “Medicina basada en la evidencia y en el afecto”
Dr. Francisco Javier Barón Duarte, miembro de la Comisión Central de Deontología del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos (CGCOM) y oncólogo del Hospital Universitario de La Coruña
Las zoonosis se extendieron de modo definitivo hace ya un siglo pero la pandemia crónica poliviral había sido controlada. Gracias a la Plataforma Global de Consorcios Sanitarios (PGCS) los ingenieros biomédicos y los mineros de datos desarrollaron la solución tecnológica definitiva: La Medicina Virtual Robotizada (MVR) que garantizaba atención con los datos de la Inteligencia Artificial y Algoritmos Biomédicos por una sencilla tasa sanitaria vitalicia. Las grandes compañías, generosamente, legaron los derechos de patente en beneficio de la humanidad. Todas las sociedades científicas y algunos colegios profesionales se integraron en la PGCS “como no podía ser de otra manera”.
Los drones-robots biomédicos atendían a la masa (la nueva clase media videoasistida por el Gran Sabio). Ellos ponían en practica las indicaciones de la MRV y aplicaban la solución tecnológica definitiva.
Solo algunos potentados tenían médicos privados humanos (una profesión en extinción para ricos estrafalarios). Por otra parte además de los ricos y de la masa quedaban los “descartados”. Eran poblaciones marginales no adaptadas a la masa que vivían en áreas despobladas y marginales. Allí no llegaban los drones robots de la PGCS pero estos extraños humanos eran atendidos por una no menos extraña asociación de médicos outsider. La A.M.A (Asociación de Médicos Analógicos). De modo incomprensible y retrogrado esos voluntarios outsider tocaban a los pacientes y les asistían gratuitamente a modo de prehistórica beneficencia. Ejercían la Medicina basada en la evidencia y en el afecto; una teoría absurda y descatalogada que aceptaba la incertidumbre y garantizaba el cuidado aunque fuera con pocos medios.
En el poblado una anciana moribunda reposaba en un humilde jergón. Su nieta adolescente acariciaba su frente y cogía su mano. Allí no tenían dispositivos electrónicos de lectura digital pero un viejo libro de papel (una rareza solo existente en estos poblados de descartados) reposaba en la mesa de la habitación. Era una antiquísima novela de una tal Margaret Atwood, el asesino ciego, y solo se podía leer con claridad una frase: “El tacto llega antes que la vista, antes del discurso. Es el primer idioma y el último, y siempre dice la verdad”.