Para comprender adecuadamente el debate que periódicamente se intenta reabrir en el ámbito sanitario, puede resultar útil recurrir a un ejemplo sencillo y reconocible para cualquier ciudadano: un vuelo comercial en avión.
En un vuelo intervienen numerosos profesionales. El personal de tierra desempeña un papel esencial en la identificación de los pasajeros y en el control del peso y la distribución del equipaje. Los técnicos certifican que la aeronave se encuentra en condiciones óptimas para volar. El coordinador del vuelo da la señal definitiva para el despegue. La tripulación de cabina atiende a los pasajeros y garantiza su seguridad durante el trayecto. Incluso algunos pasajeros asumen responsabilidades concretas, como ocupar las salidas de emergencia y conocer cómo actuar en caso de incidente.
Es, sin duda, un equipo multidisciplinar. Todos son necesarios. Todos aportan valor. Pero nadie discute que el liderazgo del equipo y la responsabilidad última del vuelo recaen en el piloto, asistido por el copiloto. Sin piloto no hay vuelo. Y ese trabajo en equipo no implica que, en el momento de aterrizar con viento cruzado, el piloto consulte a la tripulación o a los pasajeros cuál es la mejor maniobra. Esa decisión corresponde exclusivamente a él, en virtud de sus conocimientos, su formación y la responsabilidad que ha asumido.
Algo muy similar ocurre en el ámbito sanitario. En hospitales y centros de salud trabajamos cada día equipos multidisciplinares integrados por profesionales extraordinarios: enfermeras, técnicos, auxiliares, personal administrativo y muchos otros. La enfermería realiza una labor esencial, insustituible y de enorme valor, tanto en el hospital como en la atención primaria. La cooperación es constante y el respeto mutuo forma parte de la práctica clínica real.
Precisamente por eso resulta preocupante que desde determinados ámbitos se intente presentar como un conflicto lo que en la realidad asistencial no lo es. La reivindicación de un marco claro para la profesión médica se ha querido interpretar como una defensa de privilegios o como el temor a perder espacios de poder. Esa interpretación es errónea.
Los médicos no defendemos privilegios. Defendemos responsabilidades. Y la responsabilidad no se proclama: se adquiere mediante una formación larga, exigente y reglada. En España, ser médico implica al menos seis años de estudios universitarios, la superación de una prueba nacional altamente competitiva como el MIR y, posteriormente, entre cuatro y cinco años más de formación especializada. Once o doce años antes de asumir plenamente el acto médico y las decisiones clínicas que pueden condicionar la vida de una persona.
En el ámbito de la atención primaria, además, comienza a resultar especialmente preocupante el tipo de mensajes que, en ocasiones, se lanzan desde la propia Administración, dirigidos de forma genérica a todos los “trabajadores sanitarios”. Conviene decirlo con claridad: los médicos no somos simplemente trabajadores sanitarios. Somos médicos. Y esa diferencia no es semántica ni corporativa, sino profundamente profesional y responsable. Preocupa pensar que, en un momento determinado, puedan asumirse liderazgos clínicos sin contar con los conocimientos y competencias necesarias. Y preocupa aún más que la Administración pueda llegar a tolerar o promover esa confusión de roles, porque las consecuencias afectan directamente a la seguridad del paciente y a la calidad del sistema sanitario.
Otro ejemplo reciente que ilustra este problema se refiere a la creación de categorías profesionales especiales. Se ha afirmado que, si se establece una categoría “1+” para los médicos, inmediatamente otros colectivos intentarán acceder a la misma categoría sin haber asumido previamente las responsabilidades correspondientes. Es importante subrayar que asumir responsabilidades tiene un coste, un valor profesional, y que esa diferencia no puede eliminarse: quien asume decisiones críticas y lidera equipos multidisciplinares debe ser remunerado y reconocido por ello, porque esa carga no es comparable a tareas que, por mucho mérito que tengan, no implican la misma responsabilidad clínica.
El liderazgo clínico no es una posición de poder, sino una carga de responsabilidad. Del mismo modo que el piloto no delega el aterrizaje, el médico no puede diluir su responsabilidad asistencial. Eso no excluye el trabajo en equipo; al contrario, lo exige. Pero el liderazgo clínico se fundamenta en la formación, la experiencia y la asunción plena de las consecuencias de cada decisión.
Quienes trabajamos a diario en los pasillos del hospital y en los centros de salud sabemos que estos debates no existen en la práctica clínica real. En un quirófano, cada profesional conoce su función: el cirujano, el anestesista, la enfermera instrumentista, la enfermera de apoyo. En atención primaria ocurre exactamente lo mismo: la enfermería desarrolla una labor extraordinaria y el médico lidera el equipo asistencial. No hay confrontación; hay cooperación.
Resulta, por tanto, irresponsable alimentar desde determinados entornos un conflicto artificial que no mejora la atención al paciente ni fortalece el sistema sanitario. Al contrario, genera ruido y desconfianza donde debería haber cohesión.
La pandemia fue una demostración incuestionable de ello. En cuestión de días se crearon unidades de cuidados intensivos y de alta dependencia que salvaron cientos de miles de vidas. Aquello fue posible gracias a equipos multidisciplinares cohesionados, liderados por médicos, donde cada profesional aportó su conocimiento y su compromiso. El liderazgo no fue una imposición: fue una necesidad.
No vamos a entrar en luchas dialécticas estériles. La sanidad necesita serenidad, rigor y respeto mutuo. Y conviene afirmarlo sin ambigüedades: quien aspire a asumir las atribuciones y responsabilidades propias de un médico tiene un camino perfectamente definido. Ese camino es estudiar Medicina. Todo lo demás es un falso debate que nada tiene que ver con la realidad del ejercicio profesional ni con el interés de los pacientes.
Dr. Tomás Cobo / Presidente de la Organización Médica Colegial de España



