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¿Por qué los médicos necesitamos un estatuto propio?: las claves de la crisis de la Medicina pública

La Confederación Española de Sindicatos Médicos (CESM) y el Sindicato Médico Andaluz (SMA) quieren exponer, a través de un comunicado, por qué el conflicto que ha generado la propuesta del Ministerio de Sanidad de un nuevo Estatuto Marco no puede entenderse sin conocer las causas de la precariedad que soporta el colectivo.

La actual sanidad pública surgió durante la transición democrática, en un momento de abundancia de médicos e intensa pugna ideológica. La etiqueta de colectivo privilegiado, responsable de todos los males del sistema, no nos ha abandonado desde entonces.

La plétora de médicos en paro, unida a los prejuicios ideológicos, alimentó una medicina pública de sueldos precarios y coacción laboral. ¿Quién iba a protestar por la obligatoriedad de las guardias cuando las necesitaba para llegar a fin de mes? ¿Qué gestor idearía incentivos para los médicos cuando tenía a miles ansiando entrar en el sistema?

El médico fue apartado, contra toda lógica, de su papel de líder y responsable del proceso asistencial, que pasó a manos de los gestores políticos. Recientemente, se ha comenzado incluso a encomendar nuestras funciones a otros profesionales, cuyos representantes sindicales se permiten juzgar a qué tenemos o no derecho.

Un modelo de negociación que favorece injustamente a los denominados “sindicatos más representativos”, a pesar de ser minoritarios en sanidad, y que nos obliga a negociar nuestras condiciones laborales en mesas generales donde somos minoritarios, ha contribuido de forma deliberada a acallar nuestra voz.

Esta historia explica la actual crisis de la Medicina pública, cuyo deterioro crece a pesar del incremento en la inversión sanitaria. Los médicos huyen, en busca de reconocimiento, hacia el ámbito privado o hacia el extranjero, mientras se malgasta el dinero reforzando las plantillas de otros profesionales.

La masiva apertura de facultades de Medicina aspira a perpetuar este modelo basado en la precariedad médica. Confían en que la amenaza del paro nos obligue a seguir tragando. El Estatuto Marco de Mónica García, que confunde la defensa del sistema público con el desprecio de nuestros derechos, simboliza a la perfección este proyecto.

Pero el viejo modelo está muerto. Las médicas y los médicos actuales no soportan más maltrato. No quieren sobrevivir a costa de unas guardias extenuantes y obligatorias. No quieren pasarse horas y horas en el hospital o el centro de salud renunciando al derecho a ver crecer a sus hijos. No soportan que sus derechos estén condicionados a “las necesidades del servicio”. No entienden que sus condiciones laborales y retributivas sean negociadas en mesas donde son minoritarios. Ya no temen al paro ni mendigan un puesto en la sanidad pública. O se les da lo que en justicia merecen, o simplemente se marchan.

Este es el impulso incontenible al que responde nuestra movilización. No nos encontramos ante una expresión puntual de descontento, sino ante una necesidad imperiosa de cambio.

Por eso, desde CESM y SMA queremos anunciar que no vamos a parar. Vamos a pelear sin descanso por nuestra dignidad, por el fin de este modelo basado en el maltrato a nuestra profesión, por nuestro derecho a una jornada como la del resto de los trabajadores públicos, para que cualquier exceso de jornada sea voluntario y retribuido de forma justa, por nuestro derecho a la conciliación y al descanso, por una negociación sindical efectiva, por un Estatuto propio. Vamos a luchar por lo que merecemos.

Ya hemos hecho público el calendario de nuestras acciones inmediatas tras el periodo estival. El próximo 3 de octubre todos los médicos de España volveremos a hacer huelga, la primera jornada de otras muchas que la sucederán. Nos enfrentamos a décadas de maltrato y alcanzar nuestros objetivos no será fácil, pero nuestra voluntad es firme.

Para terminar, hacemos un llamamiento a la unidad de nuestro colectivo y al apoyo de la sociedad. Lo que está en juego no es el futuro de los médicos, sino el de la Medicina pública. Dejarla morir sería una lamentable demostración de estupidez colectiva.

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