Artículo de opinión del Dr. Manuel Fernández Chavero, presidente de la Comisión de Deontología del Colegio de Médicos de Badajoz y secretario de la Comisión de Ética y Deontología Médica de la Organización Médica Colegial.
Siempre que acudo a algún evento donde, de manera más o menos directa, se hable de Ética, Deontología, Profesión o Humanismo suele salir a relucir la brecha generacional, así como comentarios, más o menos afortunados, sobre la vocación de las nuevas generaciones. Casi siempre se llega a la conclusión de que los médicos jóvenes están magníficamente formados académica y clínicamente pero que su comportamiento, y prioridades, inducen a pensar que son poco vocacionales y poco preocupados por el aspecto humano de la medicina dando prioridad a la clínica, a los protocolos y a la tecnología.
En muchas ocasiones, cada vez más, pienso que somos muy exigentes con los compañeros jóvenes y esa exigencia lleva implícita una buena dosis de injusticia. Cuestionamos su vocación desde la atalaya sesgada de los años. ¿Realmente los compañeros de ahora son menos vocacionales que las generaciones anteriores? ¡Con total seguridad que no!. Otra cuestión es que las generaciones anteriores tuviéramos, por imperativo social, otra forma de ver y vivir la profesión y quizás también la vida. Estábamos condicionados por las circunstancias socioeconómicas de la época, porque nada hay más cierto que cada cual es hijo de su tiempo.
¿Pero éramos más vocacionales? ¿A qué edad descubrimos la Ética y la Deontología?
Sin embargo, en nuestro presente, y lo compruebo cada año como miembro del Comité Científico de Casos de Ética y Deontología de mi Colegio (Ilustre Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Badajoz), los colegas jóvenes no sólo saben muchísimo más que sabíamos nosotros, sino que identifican los problemas o dilemas éticos y deontológicos con una gran facilidad ofreciendo soluciones que se ajustan a la más estricta exigencia de una correcta relación médico-paciente.
Por lo tanto, no se puede decir que los jóvenes vivan en paralelo al humanismo médico sino más bien al contrario. Tienen en su contra muchos enemigos poderosos que le impiden desarrollarse como estoy seguro de que desearían la inmensa mayoría: La falta de tiempo, la inestabilidad laboral, las exigencias sociales, la violencia que todo lo enturbia, los pacientes, o más bien im-pacientes, empoderados y convencidos de su sabiduría porque han consultado en Google o en ChatGPT y la Ley 41/2002 que lo cambió todo. A los médicos nos bajó a la tierra y a los pacientes los elevó a la dignidad de decidir.
Estudiar medicina en la actualidad no creo que sea un modismo por ser sinónimo de brillantez académica. Y si así fuera podría equipararse a nuestra época en la que estudiar medicina era sinónimo de clase social. Ser médico ha sido siempre, a lo largo de la historia, un anhelo tanto de los pudientes como de los no pudientes ya sean intelectuales o adinerados.
La atracción es muy grande porque la medicina siempre nos ha dotado de un enorme prestigio social, de un poder inconmensurable. En ninguna profesión pequeños favores generan agradecimientos tan grandes. Los médicos tenemos una potestad que nos ha sido otorgada sin ningún mérito, y de la cual a veces nos olvidamos: Los médicos somos un medicamento en sí mismos o al menos un placebo.
Nuestra profesión es cada día más compleja técnicamente y sobre todo éticamente: Autonomía del paciente, consentimiento informado, transhumanismo, gestación por sustitución, atención a menores, publicidad médica, intrusismo inter o intra profesional, violencia de género, pseudociencias, inteligencia artificial, big data, eutanasia, disforias de género y todo lo que irá apareciendo¡. Es obligación de los médicos más veteranos enseñarles a los jóvenes con paciencia, compañerismo y perseverancia donde se juega el partido y cuáles son las normas. Por eso cada día se hace más necesario divulgar nuestro Código de Deontología porque nos marca el terreno de juego y lo que es más importante: las reglas del juego.
Solamente tenemos dos redes que nos protegen de las caídas. Por un lado, la Lex Artis. Los protocolos. Pero se puede hacer todo bien y salir todo mal porque el ser humano es un rompecabezas. Después de una denuncia es probable que salgamos bien parados judicialmente si hemos aplicado a rajatabla los protocolos. Pero mi compañero, ya fallecido, en la Comisión de Ética y Deontología Médica de la OMC, Dr. D. Enrique Villanueva, decía que el cumplimiento de la ley no colma el ideal de justicia. La otra red es nuestra conciencia moral que es nuestra ética individual y la deontología que es nuestra ética corporativa. El juez nos va a permitir seguir trabajando, pero la ética y la deontología nos van a permitir seguir trabajando sin remordimientos de conciencia.
Los médicos tenemos un privilegio que antes sólo tenían los curas: entrar en los sentimientos, en el alma y en lo más frágil de la naturaleza humana. Nosotros lo sabemos y los compañeros jóvenes también. Es algo que aprendes en tu primera consulta cuando captas el sufrimiento de tu primer enfermo.
Decía Voltaire, de manera bastante cínica, pero con mucha carga de veracidad, que los médicos somos personas que prescribimos medicinas de las que sabemos muy poco, para curar enfermedades de las que sabemos aún menos, a personas de las que no sabemos nada en absoluto.
Es todo muy difícil. Los pacientes quieren a un médico tecnócrata mientras tengan opciones pronósticas y terapéuticas y quieren a un médico vocacional y humanista cuando ya sólo queda facturar el equipaje vital y necesitan a alguien que les coja la mano. Los médicos jóvenes así lo entienden, pero hay que darles consejos, conocimientos, tiempo, estabilidad y ejemplo, mucho ejemplo, sobre todo aquellos que presumimos de ser vocacionales. Estas no son palabras mías. Ya las dijo Hipócrates hace miles de años:
Venerar como a mi padre a quien me enseñó este arte, compartir con él mis bienes y asistirle en sus necesidades; considerar a sus hijos como hermanos míos, enseñarles este arte gratuitamente si quieren aprenderlo; comunicar los preceptos vulgares y las enseñanzas secretas y todo lo demás de la doctrina a mis hijos, y a los hijos de mi maestro y a todos los alumnos comprometidos y que han prestado juramento según costumbre.
En ocasiones siento la curiosidad de imaginar cuál sería el comportamiento de los grandes médicos humanistas que nos han precedido, y que ejercieron la medicina con ejemplaridad, si los desvistiéramos del exacerbado paternalismo que ejercieron y que los elevaban a un limbo inaccesible para el enfermo y los vistiéramos de este nuevo traje llamado autonomía del paciente y en muchas ocasiones de hiper-autonomía y se vieran refutados en sus diagnósticos, en sus tratamientos, en sus indicaciones que no admitían discrepancias o se viesen insultados o vilipendiados.
¿No estarían las vocaciones, entre otras cuestiones, en función de la docilidad del paciente?
No envidio a los médicos jóvenes, pero los admiro y en cierta medida los compadezco. Van a disponer de recursos técnicos casi ilimitados, pero van a tener un enemigo casi invencible: El usuario imbuido en la certidumbre de que se lo merece todo incluyendo disponer de la dignidad de los médicos.
Los médicos veteranos tenemos unos compromisos éticos y deontológicos ineludibles hacia los médicos jóvenes. Entre ellos, se encuentran la transmisión de conocimientos y experiencias, fomentar un ambiente de trabajo respetuoso y colaborativo ofreciendo de manera generosa orientación y apoyo para su desarrollo profesional. Ser humildes y actuar como modelos a seguir. En definitiva, ayudar a los médicos jóvenes a crecer tanto en habilidades técnicas como en valores éticos. Facilitémosles las claves para el disfrute de nuestra profesión ¡¡Que bastante difícil se les ha vuelto todo!!
“La humildad abrirá más puertas de las que jamás abrirá la arrogancia”
Zig Ziglar