Jueves, 28 Septiembre 2023

Opinión: Haití, todos lloramos por ti

08/11/2010

El autor de este artículo, el Dr. Jesús Sánchez Martos narra su experiencia como miembro de una expedición organizada por la ONG Mensajeros de la Paz que actuó, recientemente, en el desolado Haití. También habla de su decepción ante tantos gobernantes que, en su opinión, no han sabido dar la talla frente a una verdadera situación de crisis como la que está viviendo el pueblo haitiano. Es por ello que apela a un “pacto necesario y obligado” para ayudar a esta población "a salir de su crisis, la del seísmo y la de su propio país"

Madrid, 12 de marzo 2010 (medicosypacientes.com)

Descripción

El Dr. Sánchez Martos fue testigo de la tremenda
situación en la que se halla el pueblo haitiano.

Artículo firmado por el Dr. Jesús Sánchez Martos, enfermero y médico, y elaborado para "Medicos y Pacientes".

Haití, todos lloramos por ti

Al menos es el sentimiento que prefiero tener en estos momentos tras haber tenido la experiencia de convivir con quienes acaban de sufrir el terrible azote de un terremoto que se ha llevado más de 250.000 vidas. Gracias al Padre Ángel, presidente fundador de Mensajeros de la Paz tuve la oportunidad de formar parte de un grupo de voluntarios, médicos de distintas especialidades y una enfermera matrona, que con un cargamento de medicinas, material médico y la mochila llena de ilusiones y esperanzas, emprendimos un viaje con el único fin de ayudar a quienes estaban sufriendo, y hemos vuelto con el corazón roto y con la desesperanza de ver que se ha hecho mucho menos de lo que cabía esperar a la vista de la gran solidaridad de todos en cualquier parte del mundo.

Una popular y anónima frase dice que “si tienes 1000 razones para llorar, seguro que tendrás 1001 para sonreír”. La verdad es que razones para llorar no me faltan, pero desde que he vuelto de Haití, la sonrisa espontánea, esa que transmite templanza y serenidad, se ha borrado de mi cara; al menos es lo que me repiten aquellos que de verdad me conocen y me quieren.

Al principio lloraba por las primeras víctimas del terremoto, las de los 30 segundos interminables, los fallecidos. Pero luego lo hice por los cientos de miles de heridos y damnificados y, cómo no, por todos los haitianos que siempre han sido, y lo seguirán siendo, víctimas de la desidia de sus gobernantes y del olvido de todos. Siempre recordaré la frase de Sor Guadalupe, una valiente Misionera de las Hermanas de la Caridad: “Esto que están ustedes viendo y viviendo, no es consecuencia del terremoto. Esto ocurría antes del desastre y seguirá ocurriendo si alguien no pone remedio”.

Comenzamos nuestro viaje rumbo a Miragoane, cerca de Puerto Príncipe, pero al llegar a Santo Domingo, la ONU decidió que seríamos más útiles en “Los Cayos” al suroeste del país, porque preparaban la llegada de 50.000 personas que necesitaban ayuda y alejarse de la “zona cero” de Puerto Príncipe. Cuando llegamos al Hospital Inmaculada Concepción, el centro sanitario de referencia en todo el área de Los Cayos, el propio Director, además de no tener noticia alguna de nuestra llegada, se limitó a decirnos: “Pues pónganse a trabajar donde puedan”.

Y así lo hicimos de inmediato. En un hospital donde reinaba el caos total y absoluto en cuanto a organización, preparación y actitud de sus profesionales. Nos distribuimos y empezamos a trabajar en la sala de Maternidad, en los quirófanos, en las salas de Medicina Interna y en Urgencias, donde además del caos organizativo, los heridos y enfermos del día a día estaban literalmente tirados en el suelo. Y si la familia llevaba una manta, era lo único que les separaba de un pavimento sucio y descuidado. Una sala de urgencias que siempre estaba repleta de personas y que en nuestra ignorancia tardamos dos días en enterarnos de que no eran familiares de los enfermos, sino sencillamente “mirones” que venían a husmear y alimentarse del morbo del dolor de sus compatriotas. No, no eran voluntarios. Eran mirones.

Y el precio que tuvimos que pagar por controlar ese servicio de Urgencias, fue el desconsuelo de la incomprensión y el desprecio, especialmente de las enfermeras, que lucían durante toda la jornada de trabajo un uniforme blanco e inmaculado sin una sola mancha de sangre y una cofia siempre inmóvil que al menos ayudaba a saber que alguna profesional sanitaria estaba cerca de cualquier situación de urgencia. Unas enfermeras que además de necesitar con urgencia una adecuada preparación clínica, mostraron en todo momento la peor actitud profesional y humanitaria que haya podido ver a lo largo de mis más de 40 años de experiencia. Nunca olvidaré que mientras Miguel y yo tratábamos de reanimar a una joven de una parada cardiorespiratoria, como consecuencia de un coma diabético, tres enfermeras a un metro de nosotros, estaban doblando gasas tras el mostrador de recepción de urgencias.

Ahora lloro de rabia y de impotencia por la sensación de fracaso que hemos tenido en esta inolvidable experiencia. Y a pesar de todo, cada uno de nosotros, Marta, Manuel, Miguel, Manel, Juan Carlos, Mark, David, y yo mismo, estamos dispuestos a volver, aunque con algunas condiciones en base al compromiso de quienes han sabido posicionarse en la foto de rigor, pero sin mojarse lo necesario. Y me refiero, sin miedo pero con dolor en el corazón, a la propia ONU y a los gobernantes de todos los países que no han sabido establecer una estrategia conjunta desde el principio. Ahora que tanto se habla de “pactos” en España y en toda Europa para que podamos salir de la crisis, me pregunto dónde está el “pacto necesario y obligado” para ayudar a los haitianos a salir de su crisis, la del seísmo y la de su propio país.

Lloro al recordar la gran capacidad de sufrimiento de todo el pueblo haitiano. Sus rostros de dolor con mirada de desconfianza y desesperanza, pero aceptando en todo momento y de buena gana, cualquier acción sanitaria que nos proponíamos emprender con cada uno de ellos, y sin la más mínima queja. Pero también lloro por el olvido de la mayoría de los medios de comunicación, ahora que no hay cadáveres que sacar en las imágenes de los distintos informativos y que no pueden ser ya portadas de los diarios porque ya han sido de sobra utilizadas. Lloro porque Haití volverá a ser noticia en el mundo entero cuando comiencen a morir miles de personas como consecuencia de las riadas, fruto de la temporada de lluvias que ahora están viviendo. Cuando ese agua descontrolada se lleve las tiendas de campaña improvisadas y de plástico, donde malviven muchos haitianos. Cuando comiencen a morir como consecuencia de las epidemias de malaria o de cólera. Lloro porque si no hay muertos, no hay noticia. Y lloro porque he sido testigo de que sin llegar a morir, son muchas las víctimas que deberían ser noticia para que el mundo siga llorando con ellos y ayudándoles como hasta ahora han hecho.

Todos los que hemos dado lo que hemos podido, reclamamos a las autoridades que sean competentes y responsables y que nos cuenten con todo detalle qué han hecho, qué están haciendo y qué van a hacer con la solidaridad de todos. Unos habrán aportado un solo euro, otros 10 y otros, quizá 10.000. Y seguro que muchos que no podían dar otra cosa, han ofrecido sus oraciones y sus sentimientos. Y todos queremos, porque tenemos ese derecho, conocer con rigor el paradero y la utilización de nuestra solidaridad. Además de verles en la “foto”, queremos saber hasta qué punto se están implicando. Sinceramente, me siento decepcionado por tantos gobernantes que no han sabido dar la talla ante una verdadera situación de crisis como la que está viviendo el pueblo haitiano. Me gustaría saber si tenemos derecho a conocer los resultados de una verdadera auditoria en toda regla.
Son tantas las razones que tengo para llorar que no encuentro ninguna para sonreír. Por eso me pide el corazón, y lo hago con la mente despierta, decir con la voz alta aunque temblorosa por la desilusión y la pena, ¡¡¡Haití, todos lloramos por ti!!! O al menos eso quiero seguir pensando.

Jesús Sánchez Martos
Enfermero y médico de vocación