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Medicina estética con ÉTICA

La Dra. Belén Alonso Macías, médica estética y secretaria general del Colegio de Médicos de Gipuzkoa, analiza en este artículo de opinión, la medicina estética desde la ética.

La ética en medicina estética constituye un eje fundamental para garantizar que las intervenciones sobre la apariencia física respeten la dignidad, la salud y la autonomía de los pacientes.

La creciente popularización de los procedimientos estéticos ha transformado esta disciplina en un mercado en expansión, con una demanda que va en aumento debido a la influencia de los medios de comunicación, las redes sociales y los estándares de belleza cada vez más homogéneos.

Esta tendencia obliga a revisar con rigor los principios éticos que deben regir la práctica médica cuando el objetivo principal no es tratar una enfermedad, sino mejorar o modificar características corporales percibidas como imperfectas.

El Principio de Beneficencia

La medicina, en cualquiera de sus ramas, se fundamenta en el principio de beneficencia. El médico tiene la responsabilidad de actuar en favor del bienestar del paciente, considerando tanto la dimensión física como la psicológica.

En medicina estética, esta obligación adquiere una complejidad mayor debido a la naturaleza subjetiva de los motivos que impulsan la demanda de tratamientos. El hecho de que una intervención se realice en un cuerpo sano exige un análisis minucioso de los riesgos y de las expectativas del paciente. El médico debe evaluar si el procedimiento solicitado generará un beneficio real o si se trata únicamente de una respuesta a presiones externas, como la búsqueda de aceptación social o la imitación de modelos inalcanzables.

El Principio de No Maleficencia

A pesar de que muchos procedimientos estéticos se presentan como simples y no invasivos, en realidad cualquier intervención médica supone un riesgo. La ética exige que dichos riesgos sean explicados de manera clara, precisa y comprensible. Resulta esencial evitar intervenciones que puedan generar daños físicos o psicológicos, particularmente cuando el paciente presenta expectativas irreales o una alteración de la imagen corporal, como en el trastorno dismórfico. El profesional ético debe tener la capacidad y la firmeza de decir no cuando el procedimiento solicitado no sea pertinente o pueda ocasionar perjuicios a corto o largo plazo.

El Consentimiento Informado

El consentimiento informado constituye otro pilar básico. No puede concebirse una práctica ética si el paciente desconoce las implicaciones de la intervención, sus posibles complicaciones o los límites de los resultados alcanzables. El consentimiento informado debe ser un proceso de comunicación transparente, no un mero trámite administrativo. El médico tiene el deber de proporcionar información suficiente y veraz, y de asegurarse de que el paciente ha comprendido todos los elementos necesarios para tomar una decisión autónoma.

La ética de la Publicidad y el Marketing

La promoción de la medicina estética no puede basarse en la manipulación emocional ni en la promesa de resultados milagrosos. El uso de imágenes retocadas, testimonios engañosos o discursos que incrementen la inseguridad corporal de la población supone una vulneración directa de la ética profesional. El objetivo nunca debe ser crear demanda, sino responder a necesidades justificadas con criterios sanitarios.

Resulta inaceptable la difusión de mensajes que exageren los resultados, minimicen los riesgos o presenten intervenciones médicas como atajos sin esfuerzo hacia una supuesta perfección física.

Se ha de garantizar la transparencia respecto a la identificación del médico y las credenciales de la clínica. La omisión o ambigüedad en este aspecto puede inducir a los pacientes a confiar en proveedores sin la habilitación necesaria, un hecho que incrementa la probabilidad de complicaciones y vulneraciones graves del bienestar físico.

Otro elemento esencial es la protección de poblaciones vulnerables. La publicidad no debe dirigirse a menores de edad, ni utilizar estrategias que refuercen la inseguridad corporal. Los mensajes que presentan la apariencia física como requisito para alcanzar el éxito social, profesional o afectivo pueden amplificar emociones negativas y fomentar decisiones precipitadas. Esta presión psicológica contradice el principio ético de respeto por la autonomía, dado que la decisión del paciente deja de ser plenamente libre cuando existe manipulación emocional previa.

En cuanto al uso de testimonios y figuras públicas, esta práctica requiere una regulación cuidadosa. Las celebridades o influencers pueden generar un efecto de aspiración que reduce la capacidad crítica del público. Si se emplean, debería quedar claro que su experiencia es individual y no extrapolable, además de exigir que se muestre cualquier incentivo económico que hayan recibido. La ética rechaza los mensajes subliminales y la normalización de la intervención médica como una rutina de belleza sin relevancia clínica.

El marketing ético debe igualmente evitar la creación artificial de demanda. La medicina estética se guía por la satisfacción de necesidades legítimas del paciente, no por la generación de inseguridades para convertirlas en oportunidades de negocio. Los médicos tienen la responsabilidad de no incentivar el consumo repetitivo y de desaconsejar procedimientos innecesarios, aunque exista una motivación económica para realizarlos.

Y aunque existen obligaciones legales respecto a la publicidad sanitaria que todo médico ha de conocer, la ética profesional debe situarse en un nivel más exigente que la legislación mínima, dado que el objeto central de esta práctica es el cuerpo de una persona sana que deposita su confianza en el criterio del médico.

La comunicación responsable puede transformarse en una herramienta educativa que oriente al paciente hacia decisiones informadas y realistas. La ética del marketing no consiste en renunciar a la promoción, sino en asegurar que esta se realice de forma honesta, prudente y respetuosa.

Conclusión:

En el contexto actual, la ética en medicina estética requiere un compromiso activo con la educación del paciente y la defensa de una relación médico paciente basada en la confianza, el respeto y la comunicación honesta.

La finalidad última debe ser siempre el bienestar integral de la persona, no la mercantilización del cuerpo. La práctica ética reconoce la diversidad de cuerpos y fomenta una visión equilibrada de la belleza, en la que salud y autoestima prevalecen sobre la presión social y el consumo estético desmedido.

Acceso al artículo

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