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La soledad no deseada: un reto colectivo que interpela a generaciones

Hoy, Día de la Soledad, conviene detenernos a pensar en una realidad silenciosa que avanza sin hacer ruido, pero con efectos profundamente dañinos: la soledad no deseada, especialmente entre las personas mayores. No hablamos de la soledad buscada, elegida, necesaria a veces para el recogimiento o la reflexión. Hablamos de esa soledad que duele, que aísla, que apaga lentamente la alegría de vivir y que termina por convertirse en un problema social, sanitario y moral.

Vivimos en una sociedad que envejece, pero que no siempre sabe envejecer con dignidad. La prolongación de la esperanza de vida es uno de los mayores logros colectivos, pero ese logro pierde parte de su sentido si los últimos años se viven desde el abandono emocional, la falta de vínculos y la tristeza. La soledad no deseada supone una verdadera descapitalización de la alegría, de la ilusión y del sentido de pertenencia. Y cuando eso ocurre, la vida se vuelve más frágil.

Es importante que los más jóvenes tomen conciencia de esta realidad. No como un ejercicio de compasión puntual, sino como una responsabilidad intergeneracional. Todos, si tenemos suerte, llegaremos a ser mayores. La forma en que hoy tratamos a quienes nos preceden es, en realidad, un ensayo general de cómo queremos ser tratados mañana. La soledad de los mayores no es un problema ajeno: es un espejo del modelo de sociedad que estamos construyendo.

No es casualidad que países como el Reino Unido llegaran a crear un Ministerio de la Soledad, reconociendo institucionalmente que el aislamiento social tiene consecuencias tan graves como muchas enfermedades físicas. La soledad es uno de los principales factores asociados a la depresión, al deterioro cognitivo, al empeoramiento de enfermedades crónicas y, en definitiva, a una peor calidad y expectativa de vida. No es exagerado afirmar que la soledad mata, aunque lo haga despacio y sin titulares.

Resulta especialmente triste que, al final de la vida, cuando más necesario es el calor humano, muchas personas se vean sumergidas en una tristeza evitable. No podemos resignarnos a que el envejecimiento vaya acompañado de invisibilidad social. La soledad no deseada no es un destino inevitable; es, en gran medida, una consecuencia de decisiones —o de omisiones— colectivas.

Por eso es fundamental crear y fortalecer espacios de encuentro entre generaciones. No basta con confiar únicamente en el entorno familiar, cada vez más reducido y tensionado, ni limitar las relaciones a los afectos más cercanos. Necesitamos ámbitos sociales donde jóvenes y mayores puedan encontrarse, conversar, compartir experiencias, aprender unos de otros. La convivencia intergeneracional no debe ser excepcional ni simbólica, sino cotidiana y natural.

En este contexto, las instituciones profesionales también tenemos un papel que desempeñar. Desde la Organización Médica Colegial creemos que los colegios médicos pueden y deben ser lugares de encuentro, no solo administrativos. Espacios vivos donde los médicos jubilados, los médicos mayores y los médicos jóvenes sigan vinculados, compartiendo conocimiento, experiencia y humanidad. La profesión médica atesora un capital humano extraordinario que no puede perderse con la jubilación ni diluirse en el aislamiento.

Los médicos mayores tienen mucho que aportar: experiencia clínica, memoria institucional, valores profesionales, capacidad de acompañamiento. Los médicos jóvenes, por su parte, aportan energía, nuevas miradas, dominio de tecnologías y una sensibilidad social distinta. Facilitar ese encuentro no es solo una forma de combatir la soledad, sino también de fortalecer la profesión y transmitir una forma de entender la medicina como compromiso vital.

Pero hay una idea de fondo que no debemos olvidar: no basta con curar enfermedades. La medicina, y los médicos, formamos parte integral de la sociedad. Tenemos la responsabilidad de mirar más allá del diagnóstico y del tratamiento, de comprender los determinantes sociales de la salud y de actuar, en la medida de nuestras posibilidades, para que situaciones como la soledad no deseada no se cronifiquen ni se normalicen.

Combatir la soledad es también prevenir enfermedad, aliviar sufrimiento y devolver sentido. Es una tarea que interpela a las familias, a las instituciones, a los jóvenes y a los mayores. Y es, sobre todo, una tarea que exige humanidad.

Hoy, en el Día de la Soledad, hagamos un compromiso colectivo: que nadie llegue al final de su vida sintiéndose solo, olvidado o prescindible. Porque una sociedad que abandona a sus mayores es una sociedad que se empobrece a sí misma. Y porque cuidar de los vínculos es, en última instancia, una de las formas más profundas de cuidar la vida.

Dr. Tomás Cobo Castro / Presidente de la Organización Médica Colegial de España

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