La doctora Rosa Magallón, médica de familia, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública y reconocida referente en Medicina Familiar y Comunitaria (MFyC), considera que la Atención Primaria (AP) continúa siendo invisibilizada en todos los niveles del sistema sanitario español. Ha ofrecido una conferencia en el Colegio de Médicos de Huesca donde explicaba que esta situación deriva del modelo hospitalocéntrico que estructura el sistema sanitario.
La asistencia, la administración de recursos, la investigación y el discurso público sobre salud giran en torno al hospital actúa, según sus palabras, como un proceso de fagocitosis: las actuaciones hospitalarias tienden a anular o desdibujar el impacto de las intervenciones realizadas en el primer nivel asistencial, consolidando así la percepción de que existen ámbitos asistenciales de primera y de segunda categoría.
En el terreno formativo, alerta sobre el sesgo educativo transmitido desde las facultades de Medicina. Los planes de estudio –afirma– están fragmentados en disciplinas hiperespecializadas y centrados en patologías graves pero poco frecuentes. Esta estructura impide que el alumnado comprenda el enfoque integral propio de la medicina de familia y limita su conocimiento sobre la labor de la AP.
Los futuros médicos se forman desde la lógica de la incidencia, sin exposición suficiente a la alta prevalencia y capacidad resolutiva que caracteriza a la Atención Primaria.
En el ámbito investigador. Magallón denuncia un claro desequilibrio en la orientación de los fondos, tanto públicos como privados, que priorizan proyectos ligados a la atención hospitalaria o al desarrollo farmacológico. Un estudio del NICE en el Reino Unido revela que entre 2000 y 2020 el NHS destinó 75.100 millones de libras a nuevos medicamentos que apenas ofrecieron una ganancia media de seis meses de buena salud por paciente.
Por contra, si se hubiera invertido en fortalecer la Atención Primaria o mejorar el manejo de enfermedades crónicas, se podrían haber generado hasta cinco millones de años de vida ajustados por calidad (AVAC). Este tipo de inversión ha sido sistemáticamente desplazado por la prioridad otorgada a los tratamientos innovadores.
Esta tendencia se enmarca, según Magallón, en lo que los investigadores Jones y Wilsdon denominaron “burbuja biomédica” que tendría cinco capas: especulativa –por la sobrevaloración artificial de los productos farmacéuticos–; epistémica –por el sesgo de la investigación hacia lo farmacológico–; valorativa –por la sobrestimación de los medicamentos en la mejora de la salud–; social –por la creación de redes de retroalimentación ajenas a criterios de coste-beneficio–; y de atención –por la exclusión sistemática de intervenciones no farmacológicas del debate público y político–.
Magallón propone diversas estrategias frente a esa perspectiva. En el plano económico, aboga por reclamar una financiación adecuada para la AP como una verdadera inversión en salud, respaldada por evidencia científica. Asimismo, considera fundamental apoyar económicamente la longitudinalidad, los puestos de difícil cobertura y el desempeño en contextos complejos, además de igualar condiciones laborales y salariales con el entorno hospitalario.
En lo asistencial, apuesta por una reorganización centrada en estructuras como las Unidades de Atención Familiar (UAF), con una actitud proactiva que deje atrás la cultura de la queja y potencie la visibilidad del trabajo en centros de salud. Reivindica la necesidad de impulsar acciones preventivas –en sus cuatro niveles– y de reforzar los pilares fundamentales de la AP: accesibilidad, abordaje integral y continuidad asistencial.
En el plano universitario, Magallón respalda con firmeza las doce recomendaciones de la Asociación de Medicina de Familia y Comunitaria (AMFE) para la formación en grado. Entre ellas se incluyen la implantación de una asignatura obligatoria específica con al menos 6 créditos ECTS (con un horizonte de 12), la incorporación de prácticas tuteladas desde los primeros cursos, la unificación terminológica en torno al nombre de Medicina Familiar y Comunitaria, el reconocimiento curricular del profesorado clínico, la creación de departamentos universitarios propios y el papel clave de la especialidad en la ECOE final de carrera.
En comunicación, aboga por informar con transparencia, crear redes de portavoces clave, y dar visibilidad al valor de la AP tanto en medios generalistas como en redes sociales. La misma estrategia aplica al campo de la investigación: fomentar grupos de estudio en AP, publicar en revistas especializadas y diversificar la noción de innovación hacia enfoques digitales, sociales, conductuales o ambientales, más allá de lo exclusivamente biomédico.
Magallón ve imprescindible una mejor coordinación entre niveles, el desarrollo efectivo de la troncalidad y la incorporación de rotaciones en centros de salud para profesionales en formación hospitalaria. También recalca la importancia de prestar atención a las unidades docentes de medicina de familia, clave para garantizar una formación sólida y bien articulada.
En el plano social y personal, advierte del sesgo cultural que sigue relegando a la medicina de familia a un rol secundario. Propone conocer las evidencias, formarse con rigor, defender activamente la especialidad y crear redes de apoyo entre colegas. En lo individual, anima a recuperar la pasión por esta vocación, a apostar por la conciliación –que afirma es posible– y a sostener una identidad profesional basada en el compromiso, el conocimiento y la labor colectiva.