“Estaba a punto de cumplir 90 años. No recuerda cómo, pero en casa sufrió una caída que estuvo a punto de encamarla. Después de ser valorada por el servicio de urgencias, les dijeron a sus hijos que Luisa, que era como se llamaba, era una persona frágil. Había sufrido en su infancia una cruel guerra civil, había perdido en la refriega a un hermano mayor, murió de un tifus extraño mezclado con algo de hambre y necesidad. Tuvo cinco hijos, a los que sacó adelante con la ayuda de su marido, que siempre iba a lo suyo. No llegó a conocer a su padre, que se escapó al monte, huyendo de las represalias franquistas. Enviudó con apenas 50 años y continuó luchando. Ahora podía disfrutar de su familia, hijos, nietos y biznietos. En el informe de alta hospitalaria la catalogaron como persona frágil. En la historia clínica nadie le preguntó cuanto tenía de pensión, si llegaba a fin de mes, si comía de manera sana y suficiente o si vivía con todas sus necesidades cubiertas”.
Un reciente estudio publicado por la prestigiosa revista Nature, muestra que la fragilidad no se debe a un solo factor sino a numerosos genes que afectan al funcionamiento de nuestro organismo. Según el Instituto Karolinska los conocimientos biológicos sobre la aparición de la fragilidad afectan de manera genética al 20% de los mayores de 65 años de edad en España. La fragilidad es una condición en la que el cuerpo pierde la capacidad de su resiliencia y se vuelve más vulnerable a caídas, infecciones y otras situaciones de estrés, que aumentan el riesgo de hospitalización y de muerte. El estudio se realizó en casi 1.000.000 de personas en Finlandia y Reino Unido, al utilizar el ADN y los datos de salud de las personas participante. Se concluye que el “Riesgo de Fragilidad” se puede medir.
Otro estudio descubre la edad exacta en la que el envejecimiento se dispara en nuestro organismo, “nuestro punto de no retorno”. En ese momento se produce una tormenta molecular que lo cambia todo. Los tejidos estudiados aceleran cambios bioquímicos que llevan de manera inexorable al envejecimiento de órganos y sistemas. Según la Revista Cell, ese proceso se produce de forma acelerada en etapas determinadas entre los 45 y los 60 años. Se demuestra que el envejecimiento no es proceso continuo, sino que tiene unas fases de aceleración y otras de estancamiento, más intenso a partir de los 50 años. Pero en este envejecer el estilo, y, sobre todo, las condiciones de vida influyen de manera determinante, o acelerándolo en el caso de la pobreza, o retrasándolo en el caso de unas condiciones dignas de vida.
A principios de la década de los años setenta del siglo pasado, Marc Lalonde, ministro de Salud de Canadá, popularizó el término de determinante social. Gracias al informe «Una nueva perspectiva sobre la salud de los canadienses» presentado en 1974, se identificaron cuatro categorías amplias que influyen en la salud de una población: biología humana, medio ambiente, estilos de vida y organización de la atención médica. De todos ellos, el estilo de vida y los factores medio ambientales tenían un mayor peso sobre como determinantes de la salud, mientras que la genética y todo lo concerniente a la asistencia sanitaria tenían mucha menos importancia.
La pobreza, la enfermedad y la menor esperanza y calidad de vida conforman una triada inexorable demostrada por múltiples estudios. Las desigualdades sociales son el mayor determinante de salud, incluso existen datos que demuestran que pueden transmitirse más allá de generaciones futuras. Los determinantes de salud que se refieren a factores personales, sociales, económicos y ambientales son los que verdaderamente definen nuestra fragilidad.
Todas las enfermedades crónicas, todos los hábitos tóxicos, todos los estilos de vida insanos afectan más a los pobres. La fragilidad se mide en razón de género, de etnia, de acceso a la educación y a la cultura, de una vivienda asequible, de un empleo digno, de unos recursos sanitarios accesibles, universales y gratuitos.
La Organización Mundial de la Salud alerta de que la pobreza puede acortar la vida más de 30 años. “la brecha de longevidad es acusada entre países más y menos desarrollados, pero también existe entre distintos estratos sociales en los ricos”. La falta de vivienda, de educación o de oportunidades laborales son causas determinantes de una mala salud. “Miles de millones de personas sufren un mayor riesgo de enfermedad y muerte por las condiciones en las que han nacido o al grupo social al que pertenecen”. La desigualdad social no es un accidente, es la consecuencia de la forma en la que la sociedad distribuye sus recursos y sus oportunidades.
La verdadera fragilidad y el envejecimiento no sólo está en los genes, viene indefectiblemente determinado por el nivel de pobreza de la población.