lunes, septiembre 1, 2025

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Dr. Manuel Fernández Chavero: Agresiones a médicos. Reflexión de un médico de trincheras”

Artículo de opinión del Dr. Manuel Fernández Chavero, presidente de la Comisión de Deontología del Colegio de Médicos de Badajoz y secretario de la Comisión de Ética y Deontología de la Organización Médica Colegial (OMC), “Agresiones a médicos. Reflexión de un médico de trincheras”.

Siempre que leo la noticia de una nueva agresión a médicos, siento, por partes iguales, estupefacción y necesidad de un análisis sereno. Estupefacción porque es difícil de entender como se puede agredir a quien no tiene otra función más que proyectar sus múltiples años de formación en ayudar, acompañar, aconsejar y aliviar las cargas que la enfermedad produce, ya sea en nuestros cuerpos, ya sea en nuestros estados de ánimo. La enfermedad social, o individual, que induce a la agresión es de diagnóstico complejo, no tiene tratamiento curativo y el pronostico es desolador. Intentamos unos cuidados paliativos en forma de leyes y normas tan necesarias como de escasa utilidad, entre otros motivos porque las leyes y normas nunca actúan en la prevención de los delitos sino siempre después de la comisión de los mismos. A nadie le quitan los puntos del carnet de conducir antes de saltarse el semáforo en rojo.

Considero, es mi opinión, que hay dos tipos de agresiones y dos tipos de agresores. Hay agresiones imposibles de prevenir, prácticamente inevitables, y agresiones sobrevenidas, espontaneas, casi siempre evitables, y surgidas, sin duda, de situaciones mal manejadas.

Entre las primeras están aquellas llevadas a cabo por individuos agresivos que usan la violencia como mecanismo conseguidor del medicamento que no deben tomar, de la baja laboral que no necesitan o de la prestación social que nos les corresponde. Usuarios del sistema, parásitos de la sociedad, individuos indeseables frente a los cuales al médico sólo le queda la prudencia y el buen hacer o caer en la tentación de realizar una medicina de complacencia que es, si cabe, aún peor que la medicina defensiva. Con la medicina defensiva el médico intenta protegerse a si mismo y con la medicina de complacencia intenta defenderse del “otro”. Tanto una modalidad como la otra socavan de manera grave los pilares éticos y deontológicos que sustentan la dignidad de la profesión médica. La primera nos convierte en cobardes y la segunda en vasallos. Ambas modalidades son un fraude a la sociedad, un atentado a la justicia y equidad social porque conllevan el uso y consumo de medios que deben estar dirigidos a quien los necesita y no a quien los arrebata.

El segundo tipo de agresiones está llevado a cabo por personas sin deseos de hacer daño, personas no agresivas, pero que pueden verse envueltas en una situación que les sobrepasa emocionalmente o situaciones donde puedan sentirse menoscabadas en su dignidad. Estas agresiones bien merecen un análisis objetivo y un debate sereno en el que la sociedad y los médicos, los médicos y la sociedad se sometan voluntariamente a un proceso de catarsis que conduzca a un nuevo contrato social o al menos a una renovación en profundidad del actual. No se trata de culpar a nadie porque con estas agresiones pasa como con la famosa frase de “entre todos la mataron y ella sola se murió”.  

Vivimos en una sociedad violenta, una violencia alimentada cada día por los medios de comunicación, por una clase política tan polarizada como mediocre y por nosotros mismos que hemos generado un inconformismo existencial con una autoexigencia de derechos y una ausencia casi total de obligaciones. Todo ello nos obliga a generar mecanismos de defensa para salir lo más ileso posible del dia a día.

Actitudes basadas en la petulancia, en la soberbia, en mejorables modos verbales, en la displicencia o simplemente en el pasotismo nos conducirán a ciudadanos y médicos y a médicos y ciudadanos a una relación tóxica de la que sólo puede surgir la desazón, el desánimo laboral, el burnout y la pérdida de confianza que es la base del eje central de nuestra profesión: la relación médico-paciente.

El presidente de la Comisión de Ética y Deontología de la Organización Médica Colegial de España, Dr. D. José María Domínguez Roldán, amigo y compañero, escribía hace escasas fechas un magnífico artículo en el periódico El Español en su columna “El Discípulo de Galeno” con el título: El médico como figura moral: entre la técnica y la virtud. Aconsejo su lectura completa, pero me he permitido extraer las siguientes líneas:

El médico no es sólo un técnico de alta cualificación, sino también y, sobre todo, una figura moral. El ejercicio del médico como agente moral es una de las características esenciales de la profesión médica. Un agente moral es una persona que tiene la capacidad de discernir el bien del mal, y de hacerse responsable de sus propias acciones. Los agentes morales tienen el compromiso moral de no causar daño a los demás.

Los médicos tenemos la responsabilidad, como el Código de Deontología Médica de la Organización Médica Colegial de España resalta, de tener una formación científico-técnica suficiente para gestionar adecuadamente la salud de las personas. Esto es común a otras profesiones. Pero además de ello, los médicos tenemos la responsabilidad de una serie de decisiones que no están vinculadas exclusivamente a la ciencia. El ejercicio del médico como figura moral se desempeña en un doble campo: el campo científico y el campo humanístico.

Esta reflexión del Dr. Domínguez Roldán no puede ser ni más acertada ni más oportuna para invitar, como decía anteriormente, a revisar el contrato social de los médicos con la sociedad. No esperemos que la sociedad dé el primer paso porque no lo dará. El primer paso nos corresponde a los médicos, no únicamente en nuestra responsabilidad de figura moral, sino también en nuestro papel de educadores sociales.

En este artículo no he querido hacer ninguna mención a los Colegios de Médicos ni tampoco a la Organización Médica Colegial. Ambas Instituciones tienen una enorme responsabilidad y están realizando una labor realmente loable en asesoramiento y en pro de nuestra protección física y jurídica pero la reflexión que yo propongo no es institucional sino individual.

Cualquier tipo de agresión, física o verbal, es siempre indeseable en sí misma y especialmente dolorosa en una profesión como la Medicina, que no tiene otro objetivo que hacer el bien y nunca el mal (primum non nocere). Por lo tanto, no nos conformemos con aplicar en las agresiones una prevención cuaternaria y comprometámonos con la meta de conseguir una prevención primaria. Tenemos la formación y la vocación, sólo nos queda el coraje de empezar.

Aquellos que tienen el privilegio de saber, tienen la obligación de actuar.

Albert Einstein

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