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Ocho millones de españoles son alérgicos al polen

Las enfermedades alérgicas en España afectan a un 33% de la población, por lo que se trata de una patología que afecta a unos 16 millones de personas. Entre los alérgicos, aproximadamente la mitad (8 millones) lo son a pólenes de plantas, según datos ofrecidos por la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC)

El cambio climático, apreciable en un invierno atípico de temperaturas frías alternas con otras más propias de la primavera y escasas precipitaciones, sumado a los efectos de la contaminación, está provocando un incremento de los casos de alergia respiratoria.

 
El presidente del Comité de Aerobiología de la SEAIC, el doctor Ángel Moral, explicó que “el aumento de las temperaturas, de los niveles de CO2 y la sequía están cambiando la expresión de las reacciones alérgicas, algo que hemos comprobado respecto al comportamiento de pólenes sensibles a los cambios meteorológicos, cuyas plantas de origen han alargado su polinización y a niveles más elevados; esto ha originado un incremento de la reactivación de los síntomas de los pacientes alérgicos. Como el periodo de polinización se alarga, el tiempo de exposición también aumenta”. 
 
Las enfermedades alérgicas en España afectan a un 33% de la población, por lo que sobre una población de 48 millones de españoles, estaríamos hablando de una patología que afecta a unos 16 millones de personas. Entre los alérgicos, aproximadamente la mitad (8 millones) lo son a pólenes de plantas. 
 
El cambio climático es una realidad incuestionable y constituye, en estos momentos, la principal preocupación medioambiental, tanto en el ámbito científico como en el socioeconómico. Tanto es así que la SEAIC dedica este año su simposio internacional de octubre en Murcia a Aerobiología, Contaminación y Cambio Climático. 
 
“El calentamiento global experimentado por la superficie terrestre en el último siglo se ha intensificado en las últimas décadas. Esto es debido, por un lado, a la acumulación en la atmósfera de los gases con efecto invernadero emitidos por la quema de combustibles fósiles y, por otro, a la deforestación de los bosques y a los cambios en el uso del terreno. Entre los gases con efecto invernadero destaca el CO2, que interviene en la fotosíntesis de las plantas y cuyo incremento favorece su desarrollo, y como consecuencia, un aumento en la producción de pólenes. La repoblación forestal contribuiría a la disminución de CO2 pero aumentaría las concentraciones de pólenes”, añadió el alergólogo. 
 
Las partículas eliminadas en la combustión de motores diésel y por las calefacciones en las ciudades crean un ambiente hostil a las plantas y -éstas, para defenderse, producen proteínas de estrés que hacen más agresivos a los pólenes de zonas contaminadas de las ciudades que a los de zonas rurales no contaminadas, ocasionando una mayor alergenicidad. Los altos niveles de contaminación de las ciudades impulsan el fenómeno de inversión térmica que impide a los pólenes abandonar la atmósfera sobre las ciudades y aumenta el tiempo que nos exponemos a ellos. 
 
El polen es un contaminante biológico de origen natural, por lo que no puede ser regulado como otros contaminantes atmosféricos. Por este motivo, deberían establecerse estrategias de otro tipo, como la vigilancia de los aeroalérgenos potenciando la ampliación de las redes aerobiológicas, desarrollando sistemas de alerta y gestionando el arbolado urbano. En palabras del doctor Moral, “los ayuntamientos deberían evitar la plantación en las ciudades de especies que han demostrado ser muy alergénicas, como ocurre con los plátanos de sombra, cipreses, olivos, y abedules. A la vez se deben realizar podas controladas en el invierno, previas a la floración, sobre árboles ya plantados, como los plátanos, lo que disminuiría la producción de flores y como consecuencia los niveles de pólenes”. 
  
Las mascarillas son una buena solución para los alérgicos que viven en zonas de elevada intensidad de polen, ya que evitan que éste entre en las vías respiratorias y reducen el uso de medicación de rescate. El tamaño del polen es especialmente pequeño por lo que no todas las mascarillas sirven. Aquellas que están homologadas, y que tienen un elevado poder filtrante, son eficaces para disminuir la exposición al polen y a los ácaros del polvo, pudiendo reducir los síntomas alérgicos de los pacientes que las usan. 
 
Estos dispositivos cubren la nariz y la boca y el aire que pasa a través de la mascarilla atrapa los pólenes o ácaros, llegando limpio a ambos orificios. Suelen tener una válvula de exhalación por donde saldrá posteriormente el aire exhalado, reduciendo el calor y humedad en el interior. Las mascarillas homologadas cuentan con un ajuste hermético moldeable en la zona de la nariz que no permite el paso de partículas. El material filtrante de la mascarilla tiene baja resistencia y permite un uso cómodo para que pueda ser utilizada durante varias horas.
 
“Las mascarillas quirúrgicas no bastan porque no tienen ningún sistema de filtro. Además están hechas de un material similar al papel, por lo que el polen pasaría por los poros”, concluyó el doctor Moral. 
 
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