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Niños refugiados en Alemania cuentan sus experiencias, miedos y esperanzas tras huir de la guerra

Con motivo del Día Mundial de los Refugiados, que se celebra hoy, 20 de junio, cuatro niños refugiados, a través de la ONG de desarrollo y ayuda humanitaria, World Vision, cuentan su experiencia en primera persona tras haber huido de sus países, Siria, Irán y Afganistán, y sus esperanzas en su nueva vida en Alemania

Kabira (Siria, 10 años): “Vi nuestra antigua casa en televisión; se había caído”

 
Suena el timbre y Kabira corre a la puerta. Sacude la mano a los recién llegados. Ella está a la espera de que se inicie la conversación y ha elegido la gran sala de estar para la reunión. Ese es el centro de la vida familiar: el hermano pequeño de Kabira está tumbado en el sofá, absorto en un juego en su tableta; su hermana mayor está dormida, acurrucada en una manta. 
 
Kabira, de diez años de edad, viene de Siria y vivía en Damasco con su familia.
 
“Hay muy pocas cosas buenas que contar sobre Siria”, dice Kabira. Lo único que le gusta recordar es la montaña en el centro de Damasco, “hay un castillo allí, con puertas y torres”, probablemente se refiere a la Ciudadela de Damasco, “¿existe todavía este lugar?», se pregunta así misma con melancolía. 
 
Kabira conoce por la televisión que la guerra continúa en Siria, que las bombas siguen cayendo y que Damasco ha sido destruida. «Vi nuestra antigua casa en televisión; se había caído «, dice la joven siria. La casa de sus tíos también fue destruida. Su tío murió y su tía, gravemente herida, ahora está ciega. Creen que la familia ha sido realojada fuera de Siria pero sus abuelos continúan viviendo en las ruinas de lo que antes fue una preciosa ciudad.
 
El vuelo a Alemania fue peligroso y difícil. Los recuerdos de Kabira son flashes de todo lo que sucedió.  Lo que si es cierto es que su madre huyó en un barco pesquero con ella y sus tres hermanos y que la pequeña embarcación estuvo a punto de volcar ya que el agua no paraba de entrar. Fueron rescatados por un gran barco, no saben si tal vez era la guardia costera italiana. Kabira recuerda que no todo el mundo sobrevivió al naufragio y que durante mucho tiempo tuvo pesadillas en las que soñaba que se estaba ahogando. Ahora esos sueños han disminuido.
 
Desde Italia, viajaron a Alemania y ahora viven en Stuttgart. Allí han rehecho su vida. Su hermana acude todos los días a la escuela de formación profesional de la localidad; Kabira estudia en un colegio tercero de primaria y su hermana segundo; el benjamín de la familia acude a preescolar. A ella le gusta ir a la escuela, pero no le gusta levantarse temprano.
 
Quiere quedarse en Alemania. Le gustan las altas montañas y en el futuro le gustaría tener una casa enorme con mucho espacio para poder reunir a toda la familia.
 
Shirin (Irán, 11 años): “No recuerdo cómo hemos llegado hasta aquí”
 
Las uñas de Shirin están pintadas de rosa con medias lunas negras; se ha envuelto un grueso mechón de pelo alrededor de su oscura trenza. Vestida con unos vaqueros grises ajustados, una chaqueta moteada blanca y negra y su piel oliva es difícil de distinguir de entre otros adolescentes. Solo alguien que llega a conocer más a Shirin aprende con el tiempo que ella tuvo que huir.
 
Porque en realidad llegó de Irán y Alemania es su hogar desde hace solo tres años. Shirin y su madre fueron a Heidelberg primero y vivieron durante un tiempo en un alojamiento para refugiados en Philippsburg; después se mudaron a una vivienda compartida en Wertheim. Desde hace unos pocos meses, Shirin y su madre, viven en su propio apartamento. Sus amigos alemanes les ayudaron a encontrar uno, con dos habitaciones. Después de las condiciones de hacinamiento de su antigua casa, Shirin está disfrutando mucho de tener su propia habitación.
 
Para los adultos, tres años puede ser poco tiempo, pero para Shirin es un cuarto de su vida. Los recuerdos de su casa en su país se están desvaneciendo a la misma velocidad a la que se está integrando en el -ya no tanto- país extranjero. Se mueve por la zona con confianza, tiene un abono mensual para el transporte público y coge el autobús todos los días para ir al colegio. De camino pasa por la estación de tren y se ríe cuando nos cuenta las tentaciones que hay allí: una tienda de todo a 1 Euro y una tienda de donuts. Le encantaría gastarse su dinero suelto en ropa, maquillaje y golosinas, pero a su madre no le gustaría, “tengo que acordar con mi madre en qué me gasto mi dinero.”
 
Uno de sus sitios favoritos es la biblioteca pública, de donde coge prestados libros y películas. Como Shirin, su madre también va a la escuela para aprender alemán ya que pronto tendrá el examen para obtener la nacionalidad alemana. A su hija le gusta mucho ir al colegio, es una buena estudiante y solo sacas sobresalientes, notables y bienes. Está en cuarto curso aunque por edad debería estar en sexto.
 
Después del colegio, Shirin coge el bus de vuelta a casa donde su madre ya tiene la comida preparada, la mayoría de las veces, platos persas, uno de los pocos recuerdos que todavía conservan de su país. Aunque hablan por Skype de vez en cuando, la niña echa de menos a su familia de Irán, Sus abuelos, tíos y primos están viviendo en un país inseguro y su situación es incierta. 
 
Pero no está sola, tiene muchos amigos con los que va al colegio, “si tuviera que nombrarlos a todos estaríamos aquí hasta mañana” dice, sonriendo con timidez. Tiene dos amigas íntimas, una vive en Colonia, y se conocieron en el centro de acogida alemán. Otras dos buenas amigas viven cerca y con ellas pasa gran parte del tiempo en el parque que hay junto a su casa. 
 
Hace tres años celebraron su primera navidad en Alemania. No podían hacerlo en su país porque está prohibido y ellas pertenecen a la minoría Cristiana. Shirin hace un gesto muy directo pasándose el dedo por la garganta mientras habla de las amenazas que reciben otras creencias religiosas en un país musulmán. 
 
“En Irán no está permitido ser cristiano”, nos cuenta, “los cristianos pueden morir, y nosotras lo somos.” Incluso ella, una menor, ha tenido problemas porque se le resbaló el Hiyab y se le podía ver la raya del pelo. Este incidente reforzó la idea de su madre de huir.  A pesar de las dificultades, Shirin apenas recuerda el viaje: “No sé cómo hemos llegado hasta aquí.” Su madre apenas habla del viaje, se lo contará a su hija cuando sea más mayor.
 
Cuando le preguntamos sobre sus deseos e ilusiones, a la niña le gustaría que su familia de Irán estuviera con ellas. Aunque un perro también está en el top de su lista de deseos, pero todavía no parece ser un buen momento. Sus otras ilusiones son más pragmáticas: le encantan las fresas bañadas en chocolate y nata y quiere unirse al cuerpo de bomberos juvenil. Mirando más a largo plazo, le gustaría tener una gran casa en Alemania, con piscina para hacer fiestas por la noche. Un buen trabajo sería genial, ¿a lo mejor ser diseñadora de moda en el futuro? Todavía queda bastante para que eso pase. 
 
Por ahora Shirin solo quiere un reloj para su camino aquí, “de lo contrario siempre llegas demasiado tarde en la vida”.
 
Farid y Samir (Afganistán, 10 y 12 años): “Venimos al psicoterapeuta porque estamos asustados”
 
Farid y Samir son visitantes habituales del departamento de pacientes ambulatorios para refugiados del Hospital Universitario de Hamburgo. Cada pocas semanas van allí para encontrarse con psicoterapeutas, pintar y jugar juntos. Nacieron en Aganistán hace diez y doce años, donde están en guerra desde hace mucho tiempo. La vida en su país, gobernado por la milicia talibán y el vuelo a Alemania han dejado huella en la mente de los niños. “Estoy asustado, dice Samir, “y es por eso por lo que vengo al departamento de pacientes ambulatorios”.
 
Su padre les acompaña. Farid y Samir hablan bien el alemán y traducen sus preguntas. Está preocupado porque puede que estén ahí más de dos horas y tiene que validar otro ticket de aparcamiento. Tienen poco dinero, los dos padres están en paro. Antes, en Afganistán, el padre tenía trabajo y un sueldo. Les compraba regalos y les daba unas monedas que Farid normalmente ahorraba. Una vez, su padre incluso le compró a Samir una bici, nos cuenta su hermano sin rastro de envidia. Para él, el trato diferente al hijo mayor es normal ya que en su país los primogénitos tienen un estatus especial. 
 
La familia afgana llegó a Hamburgo hace dos años. Desde aquel día, los niños hablan poco de su vida en Afganistán. Farid recuerda que era peligroso, pero no puede decir con precisión lo que les obligó a huir. Siempre responde a esa pregunta diciendo “no lo sé”. Su hermano Samir responde con monosílabos. En su viaje de huida corrieron a través de bosques, y nada más se puede saber sobre ello. Sus vidas en el ruinoso país, el vuelo a Alemania…, los niños parecen haber olvidado los recuerdos de esa experiencia.
 
Farid y Samir se sienten más en casa en Hamburgo; se puede ver que están felices y agradecidos de estar a salvo. Al principio, esta familia de seis tuvo que vivir separada en dos centros de acogida. Hace dos años se mudaron a un piso compartido. Farid y Samir duermen en la misma habitación con su hermana de siete años Zohra. El hermano más pequeño, Nika, de cuatro, duerme con sus padres. Viven con otras familias en la misma casa, donde comparten la cocina.
Farid está contento porque pueden cocinar otra vez su propia comida, “la comida de mamá está mucho mejor que la del centro de acogida”, dice. 
 
Todos los días los hermanos van en bici a clase. Farid está en quinto curso, y sus asignaturas favoritas son Educación Física y Matemáticas. Los lunes y los viernes tiene entrenamiento en una de las casas vecinas. Los hermanos también iban al colegio en Afganistán, pero se volvió demasiado peligroso. Samir nos cuenta que un hombre paró a su padre estando ellos delante. Era un talibán amenazándole y en ese momento, sus padres estuvieron de acuerdo en que no fueran más a la escuela. “Lo hemos olvidado todo”, nos dice de nuevo Samir con voz queda. Ahora leen mejor el alemán que el afgano.
 
Los dos chicos disfrutan de la libertad de poder moverse por donde quieran sin miedo. A Farid le encanta jugar al escondite y a pillar a sus amigos, monta en bici y juega al fútbol delante de casa. El delgado y atlético niño nos cuenta como en su último cumpleaños había nevado y lo que le gustó jugar con la nieve. Tiene muchos amigos, algunos son vecinos, otros los conoce de clase. Por las tardes o los fines de semana Farid ve a veces KIKA, un canal de televisión infantil. Le gusta especialmente Garfield, Coco el Dragón y el armario de Chloe. 
 
Su hermano Samir juega al fútbol en un club, pero sin posición fija. A veces es delantero, otras centrocampista. Descubrió su pasión por el fútbol en Alemania. No es de extrañar, porque jugar sin preocupaciones es casi imposible en Afganistán. El día que no entrena, juega al balón con sus amigos en el parque, que está a cinco minutos de distancia en bici o está con sus amigos y sus hermanos delante de casa.
 
Samir se acuerda del Stadtpark, un enorme espacio verde en el centro de la ciudad, con parques, una piscina natural y un mini-golf. Ha estado allí con su familia varias veces. Es una pena que no podamos ir más veces, dice con tristeza. Por desgracia, se tardan 40 minutos en metro para llegar allí desde su piso. También le gusta mucho la feria de Heiligengeistfeld, tanto o más que el Stadtpark. Sus ojos se iluminan cuando habla sobre los puestos y los tiovivos, y lo ve como un brillante mundo sin preocupaciones. Todas las veces que va es como una fiesta para él.
 
*Los nombres de los niños entrevistados y las ciudades dentro de Alemania han sido cambiados por razones de protección de la infancia.
 
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