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Médico cooperante destaca la resiliencia de las mujeres en los campos refugiados

El Dr. Guillermo Vázquez Mata, médico cooperante y director de cooperación del Consejo Médico de Andalucía, recoge en este artículo, publicado en “Granada Hoy”, su experiencia como médico en los campos de refugiados de las guerras de Siria e Iraq donde, según destaca, ha comprobado algunos rasgos comunes a todos los refugiados “la resiliencia de las mujeres, las secuelas psíquicas y la exigencia de educación”

Texto íntegro

 
REGRESAR a casa después de trabajar como médico en los campos de refugiados de las guerras de Siria e Iraq provoca la sensación de que cuando nos llegan sus noticias, la lejanía de los escenarios y la frialdad de las cifras, desdibuja la tragedia que se perfila detrás de esta palabra y que uno ha vivido en primera persona. 
 
Detrás de la palabra refugiados se esconde la destrucción y la muerte en las zonas de combate, la huida bajo el permanente riesgo de detenciones arbitrarias y violencia contra mujeres y niños, hasta alcanzar las rutas hacia las zonas de seguridad con tramos tan peligrosos como los vividos inicialmente. Basta citar el cruce del Mediterráneo, donde se contabilizan más de 10.000 muertos en 2 años. Es hablar de campos de refugiados. Es la certeza de la destrucción de su mundo próximo. 
 
Los refugiados son una de las señas de identidad del siglo XXI y forman parte de los grandes desplazamientos de poblaciones que afectan a cientos de millones de personas. Sus causas son las guerras y catástrofes naturales pero también el cambio climático, el crecimiento de la población mundial que supera los 7 billones de personas y las grandes hambrunas. Cuando estos movimientos se dan dentro del mismo país hablamos de desplazados.
 
Si se cruzan fronteras huyendo de la pobreza, entonces son inmigrantes económicos y cuando se cruzan huyendo de persecuciones y guerras son refugiados. Según Naciones Unidas, en el año 2015, más de 243 millones de personas entraban en las categorías citadas, de los cuales 19,6 millones eran refugiados. Esta situación se prevé que se agrave por las condiciones que marcan el inicio del siglo XXI. 
 
La Agencia para los Refugiados de Naciones Unidas tiene entre sus funciones los campos de acogida conocidos como Campos de Refugiados. Pueden albergar desde unos miles de personas a cientos de miles o incluso llegar a superar el millón de personas. Estos campos son una realidad compleja, dinámica y poco conocida por el público. 
 
El problema inicial es proveer alojamiento, que frecuentemente se reduce a hangares de lona para más de 100 personas o tiendas de campaña individuales para cada familia. Como norma son hábitats muy deficientes, sin intimidad y escasa protección ante las inclemencias de tiempo. Simultáneamente viene la dotación de agua potable, saneamientos, energía y alimentos,… todo imprescindible para la salud de los refugiados.
 
Cualquier fallo en esta cadena de necesidades primarias conlleva epidemias y desnutrición. Otro reto no menos importante es la prevención y control de las enfermedades asociadas a bajos estándares de higiene y sanidad. La contaminación del agua provoca cólera y diarreas. Las aglomeraciones contagian por contacto personal la sarna, las tiñas y la parasitación por piojos y pulgas.
 
Entre niños se extiendan vertiginosamente y de ellos al resto de sus familia. Otras enfermedades dependen de la ubicación geográfica del campamento y del nivel de vacunación infantil. En mi trabajo en los campos de refugiados de las guerras de Burundi se llegaban a tratar más de 500 casos de malaria por día. Cubrir este amplio espectro de enfermedades requiere médicos y enfermeros con competencias transversales bien entrenadas y una farmacia bien dotada lo que no siempre ocurre. 
 
Mi experiencia personal me ha permitido comprobar algunos rasgos comunes a todos los refugiados, más allá de sus etnias, religión o nacionalidades. Destaca entre todos la resiliencia de las mujeres, es decir, su capacidad de sobreponerse a cualquier obstáculo y continuar hacia adelante tanto en las rutas de huida como en los campamentos. Su llegada a los campamentos rodeadas por su prole, hace que a todos los presentes nos sobrecoja la emoción.
 
El segundo rasgo son las frecuentes y graves secuelas psíquicas como es el estrés postraumático, las crisis de pánico y la ansiedad generalizada. Finalmente, la exigencia de educación para los niños. 
 
Aceptando que el problema de los refugiados y desplazados por guerras y cambio climático se convertirá en una prioridad del siglo XXI con la que conviviremos permanentemente, la sociedad civil debería de demandar medidas que puedan mejorar la vida de los refugiados, a través de: Pedir al gobierno central que reconozca la cooperación como un valor imprescindible del siglo XXI, para lo que debe de estudiar y aprobar leyes que permitan dar respuestas rápidas y proporcionadas a las necesidades de estas poblaciones; asegurar que siempre exista una reserva de profesionales de la salud entrenados que puedan ser movilizados sobre la marcha.
 
Esto requiere facilitar la incorporación de estos profesionales a estas tareas de cooperación internacional, sin que suponga una merma en sus puestos de trabajo habitual; y promover un debate sereno que sin estridencias ni extremismos permita a la sociedad entender las causas y consecuencias que subyacen detrás de los refugiados y poblaciones desplazadas en general y por tanto las respuestas que deben pedirse a nuestros representantes.
 
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