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«El enemigo no es la homeopatía sino la medicalización de la vida»

En este post, publicado en el Blog «No gracias» se pone de manifiesto que es posible la coexistencia de la medicina convencional biomédica con prácticas terapéuticas o sanadoras alternativas. La condición común para aceptar este pluralismo terapéutico no es que todas las «medicinas» estén basadas en evidencias científicas sino que ninguna de ellas sea medicalizadora y que ninguna de ellas «venda más de lo que puede vender»

 

Madrid, 17 de marzo 2015 (medicosypacientes.com)

«El enemigo no es la homeopatía sino la medicalización de la vida»

Blog «No gracias» http://www.nogracias.eu/2015/03/16/el-enemigo-no-es-la-homeopatia-sino-la-medicalizacion-de-la-vida/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=el-enemigo-no-es-la-homeopatia-sino-la-medicalizacion-de-la-vida&utm_source=twitterfeed&utm_medium=twitter

Acaba de ser publicada una nueva revisión, realizada por la agencia de evaluación de tecnologías sanitarias australiana, que concluye que la homeopatía no ofrece resultados beneficiosos para la salud. Bienvenidos sean estos trabajos. Sin embargo, lo diré desde el principio: denunciar la homeopatía (o la acupuntura; o las «vitaminas»; o las pulseras magnéticas..) debe ser parte, en mi opinión, en primer lugar, de un movimiento cívico más general contra la medicalización de la vida, es decir, (1) contra la generación de miedo para alimentar el negocio de la salud; (2) contra la expropiación de la capacidad de autocuidados o heterocuidados informales de las gentes mediante prácticas que derivan de la tradición o de explicaciones no científicas de la existencia; y (3) contra la posibilidad de que perviva la libertad para elegir modos de vida o intervenciones entendidas y sentidas por las personas como sanadoras sin que estén distorsionadas por el afán de lucro o el negocio, ni juzgadas, necesariamente, mediante las reglas de evaluación científicas.

Plantear que denunciar la homeopatía -o cualquiera otra de las conocidas como «medicinas alternativas»- es parte de una batalla de la «ciencia verdadera y objetiva» contra la irracionalidad, es «errar el tiro» por varias razones: (1) la medicina convencional está llena de prácticas no basadas en la evidencia científica; (2) gran parte de la efectividad de la medicina convencional tiene que ver con aspectos no científicos de las relaciones sanadoras; (3) la ciencia biomédica basada en conocimiento obtenido mediante la mejor metodología científica está llena de conclusiones irrelevantes para los pacientes y, por tanto, su introducción en la práctica médica es irracional y, con mucha frecuencia, incluso dañina; (4) los argumentos utilizados por los defensores de la medicina científica contra las medicinas alternativas son «positivistas ingenuos» y no aguantan una mínima crítica epistemológica de fondo; (5) la realidad es compleja: existen, por un lado, prácticas etiquetadas como «alternativas» que han pasado a ser consideradas convencionales cuando la ciencia ha avanzado y ha sido capaz de comprender los mecanismos biológicos implicados o evaluar adecuadamente sus resultados (por ejemplo, la fibra para prevenir enfermedades digestivas, la lactancia materna o los partos en el domicilio); y por otro lado, hay ensayos clínicos que han demostrado la efectividad de determinadas prácticas alternativas (desde la moxibustión para disminuir la presentación de nalgas de los bebes, hasta la oración para mejorar los resultados de los pacientes ingresados en una Unidad Coronaria) que han sido rechazadas por la medicina convencional por su «falta de plausibilidad biológica» (un argumento poco científico; de hecho, muchos medicamentos oncológicos han sido aceptados en la práctica médica con menos evidencias que las de estas dos terapias alternativas).

Dicho de otra manera, y simplificando, la lucha de la medicina convencional contra las medicinas alternativas -intentando que estas prácticas queden fuera de juego y que sea la medicina convencional la que determine, científicamente y en exclusiva, qué es o no es salud y, por tanto, cuáles son los instrumentos legítimos para intentar alcanzarla-, es una estrategia autoritaria y medicalizadora, semejante al abuso de derecho que conceden las patentes o a la invención y/o exageración de enfermedades que lleva a cabo la industria farmacéutica, respectivamente. Es más, probablemente, en parte, existe una batalla comercial entre las multinacionales que explotan las medicinas alternativas (incluyendo suplementos nutricionales, vitaminas, infusiones terapéuticas, productos homeopáticos, nutraceúticos, etc..) y las multinacionales farmacéuticas, en cuyo fuego cruzado se han quedado muchos profesionales comprometidos y bien intencionados (otra cosa es cómo se regulan administrativamente los productos homeopáticos y si deben ser considerados medicamentos; pero no es conveniente mezclar los debates).

El problema de fondo es que las medicinas alternativas están recurriendo a las mismas estrategias medicalizadoras -invasoras, totalizantes, coercitivas, persecutorias, sustentadas en la generación de miedo y creencias irracionales como la posibilidad de prolongar la vida o la juventud indefinidamente, impedir cualquier dolor o sufrimiento o reducir el riesgo a enfermar a cero- que la medicina convencional científica.

En suma, las medicinas alternativas están copiando el exitoso modelo de negocio de la medicina convencional y, en mi humilde opinión, la batalla ciudadana debería estar en (1) evitar la expropiación del concepto de salud que se lleva a cabo tanto desde posiciones «científicas» como «alternativas» y, por supuesto, en (2) desvelar y denunciar el fraude

Creo que es posible la coexistencia de la medicina convencional biomédica con prácticas terapéuticas o sanadoras alternativas basadas en experiencias personales, relaciones terapéuticas no profesionalizadas, la tradición o creencias espirituales. La condición común para aceptar este pluralismo terapéutico no es que todas las «medicinas» estén basadas en evidencias científicas sino que (1) ninguna de ellas sea medicalizadora sino potenciadora de las capacidades de las personas para vivir vidas autónomas, dichosas y no limitadas por el miedo; y (2) que ninguna de ellas «venda más de lo que puede vender», es decir, engañe (y ambas «medicinas» lo hacen).

Es lo que se conoce hoy en día como medicina integrativa (que me parece interesante en su acepción no comercial) que es aceptada por instituciones tan prestigiosas como el Sloan Center y que, al menos en mi medio, está intentando explorar la interesante iniciativa de la Unidad de Mama del Hospital Morales Meseguer «Integradas en salud», cuyo liderazgo profesional, sin ir más lejos, está en manos de uno de los máximos críticos que conozco tanto contra la homeopatía como contra la mala ciencia.

Es decir, en mi opinión, es posible estar contra los argumentos pseudocientíficos que defienden la homeopatía (esos que «venden más de lo que pueden vender») y que pretenden colocarla a la altura de un medicamento alopático serio como, por ejemplo, la penicilina  y, al mismo tiempo, aceptar su papel «terapéutico» para ciertas condiciones y en determinadas circunstancias.

Lo ideal sería que los ciudadanos supieran, asesorados por profesionales sanitarios (y para esto se necesita formación), cuándo activar una estrategia centrada en la medicina convencional y cuándo y cómo recurrir a vías alternativas. Dejar solos a los pacientes -como hacemos muchos cuando nos preguntan sobre hierbas y otros productos-, ante la impresionante avalancha de mentiras, fraudes y estafadores que hay detrás de muchas de estas medicinas alternativas, es incumplir nuestro compromiso moral de cuidado. Pero también es medicina basada en la superstición seguir utilizando los fármacos alopáticos, «basados en las mejores evidencias», como si fueran productos milagro y además creyendo que su utilización no obedece más que a las necesidades de los pacientes y no a las prácticas de marketing de la industria farmacéutica. Tengo claro que las (inevitables) debilidades y contradicciones del conocimiento científico biomédico no permiten esgrimirlo como si fuera una espada justiciera que ilumina un mundo lleno de mitos y leyendas irracionales. Si aceptáramos este maniqueísmo terapéutico estaríamos sustituyendo un mito por otro.

Pretender que todo el mundo comparta las mismas creencias acerca de lo que produce o no salud es simplificador y autoritario. Por eso es muy recomendable el monográfico que editó Daniel Callahan, cómo no, un crítico pertinaz, desde su formación científica y filosófica, de la innovación biomedica y las falsas creencias e irracionalidad en la que está sustentada. El título ya lo deja claro: «The Role of Complementary and Alternative Medicine: Accommodating Pluralism».

Realizaré varias entradas comentando algunos de sus jugosos capítulos ya que la reflexión sobre las medicinas alternativas, creo, puede iluminar una más amplia sobre la innovación en biomedicina y el estatuto del conocimiento en el que se basa.

Ojalá fuera más sencillo pero la complejidad es, también en este tema, ineludible. Ni blanco, ni negro.. grises.

Acomodemos el pluralismo mediante el debate y no lo hurtemos ni simplifiquemos con eslóganes

Abel Novoa

 


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