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Dr. Sánchez Arroyo: «A setas o a Rolex»

El autor de este artículo, el doctor Rafael Sánchez Arroyo, parte de que el objetivo clave del sistema sanitario tanto en tiempo de bonanza como de crisis ha de ser siempre la mejora de la salud de la población, para después centrarse en una serie de factores que impiden que la Sanidad pública sea inmune a los ataques que recibe tanto desde fuera como desde dentro

 

Madrid, 12 abril 2013 (medicosypacientes.com)

«A setas o a Rolex»

Dr. Rafael Sánchez Arroyo. Especialista en Microbiología y Parasitología,
y en Medicina Preventiva y Salud Pública

Ya conocen el chiste de los dos vascos que andan por el bosque buscando setas. Uno de ellos encuentra un reloj Rolex y grita alborozado: ¡Mira Patxi! ¡Un Rolex! ¡Qué suerte!  Pero el otro le contesta: ¡De suerte nada! ¿A qué hemos venido? ¿A setas o a Rolex?

La expresión ha hecho fortuna para referirse a la necesidad de estar en lo que hay que estar. Incluso algún partido político -hipócritamente en mi opinión- la ha aprovechado en alguna campaña electoral. Pero no parece que haya calado en el mundo de la política sanitaria, cuyos responsables -igual que sus opositores- parecen estar más a Rolex que a setas.

Porque, vamos a ver, ¿cuáles son las setas que deberíamos estar buscando sin distraernos, tanto en época de bonanza económica como de crisis? Mejorar la salud de la población, ¿no? Pues entonces, tenemos que dejar de perder miserablemente el tiempo y otros recursos valiosos -incluido el dinero- en asuntos que poco tienen que ver con ese objetivo.

Otro día hablaremos de desinversión en cosas innecesarias -o incluso peligrosas- para liberar recursos que realmente actúen a favor de la salud. Algo que, con la que está cayendo, no hemos empezado a hacer siquiera. Pero antes me gustaría referirme a un par de factores que han impedido y siguen impidiendo que la asistencia sanitaria en el sistema público sea inmune a los ataques que recibe desde fuera y -por supuesto- también desde dentro.

El primero es la ausencia de espíritu crítico por parte de los profesionales. Sí, ya sé que los de Especializada pasamos gran parte del tiempo poniendo verdes a los de Primaria y viceversa, o que los de Admisión se quejan de que los neurólogos descitan mucho, o que las enfermeras no soportan a los cirujanos que no tienen horario para pasar visita, o que los de Urgencias ponen a caldo al que diseñó unos boxes estrechos y mal iluminados. Me refiero a auténtico espíritu crítico. Que empieza por uno mismo, claro. Y que consiste en juzgar todo lo que hacemos y lo que hacen los demas a la luz de los principios científicos y éticos, incluyendo la perspectiva de la eficiencia. Y en la disposición a denunciar todos los fallos para propiciar la introducción de medidas de mejora efectivas. Empezando por las más importantes.

Esto incluye «revisitar» decisiones estratégicas que se han revelado inútiles o perjudiciales. Por ejemplo, en el Complejo Asistencial donde trabajo alguien decidió en su momento que con 9 quirófanos y unas poquitas camas de reanimación y de UCI había suficiente para afrontar toda la actividad quirúrgica. Decisión estratégica equivocada. Años después, parte de las insoportables listas de espera se deben a la carencia de quirófanos suficientes (hay cirujanos que pasan días sin poder operar). Y no, los quirófanos no funcionan sin interrupción las 24 horas del día, porque no es sólo una cuestión de espacio, aunque empiece por ahí. Además, tenemos un problema con el registro de los tiempos de utilización de los quirófanos, de modo que los datos de rendimiento quirúrgico no son fiables. Así que, ¿por dónde empezamos? ¿Concertamos, ampliamos instalaciones, contratamos quirófanos externos, derivamos a otros hospitales públicos?

Para responder a estas preguntas podríamos hacer un estudio de coste-efectividad o de coste-utilidad y obrar en consecuencia. Pero nadie lo va a hacer. No porque sea imposible o siquiera difícil. Sino porque la decisión o las decisiones se toman cada vez más en clave política. Y esto nos conduce al segundo factor. La absurda politización de los cargos directivos y gestores, incluyendo los mandos intermedios, de la sanidad pública. No digo que no haya gente capaz -incluso muy capaz- entre ellos. Pero el sistema se ha corrompido durante los últimos 30 años de tal manera que al caciquismo o cortijismo previos -evidentes sobre todo en los hospitales- ha sucedido un aprofesionalismo partidista -extendido en todos los ámbitos, asistenciales y no sólo asistenciales- realmente pavoroso. Ser miembro o simpatizante del partido en el poder -no digo ya nada si se ostenta un carguico en el aparato del mismo- se ha convertido en mérito más que suficiente para ser gerente o director general, y también para ser jefe de servicio o supervisor. Las convocatorias para cubrir las plazas de libre designación -y a veces también las otras- son meros trámites para cubrir con la apariencia de legalidad lo que no es más que un paripé.

Esto, por sí mismo, no tendría por qué tener consecuencias negativas, si las personas afectadas tuvieran un mínimo de formación y de sentido común -que normalmente los tienen- y tomasen las decisiones basándose lo más posible en datos fiables y escuchando la opinión de los expertos.  Pero la realidad es que la servidumbre política es más fuerte que la evidencia. Y la conservación de los cargos es más importante que la salud de los ciudadanos o las condiciones laborales de los profesionales.  Nadie lleva la contraria al de arriba, aunque le sugiera u ordene una insensatez. Nadie dimite aunque no comparta la estrategia -cuando la hay, que esa es otra: los políticos se pintan solos dando bandazos- y no crea en las directrices que, sin embargo, obliga a cumplir a otros. Nadie decide basado en los resultados de estudios de evaluación económica -para los que hay técnicos sobradamente preparados- sino en las conveniencias del aparato del partido (lo que diga Génova, Ferraz o sus equivalentes locales). El miedo a una pregunta periodística o parlamentaria comprometida es superior a la convicción de estar haciendo lo correcto técnicamente. Lo impopular es asimilado a irrealizable. Es sintomático que se busque reducir el número de reclamaciones negociando en lugar de actuar sobre las causas.

En fin. Nada que no sea archisabido. Pero mientras esta situación se mantenga, me parece ocioso incluso discutir sobre por qué los ministros de sanidad son tan incompetentes , aunque se dé ocasión a comentarios tan interesantes como el de Ana Rico («Las reformas las harán nuestros nietos»).

Yo prefiero pensar que las reformas las podemos hacer nosotros, repitiendo de palabra y con los actos, una y otra vez, a los gestores-políticos cuando pretendan desviarse y desviarnos de lo fundamental, que estamos a setas y no a Rolex.

 

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