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Dr. Gonzalo Herranz: “Todavía carecemos de una cultura de prevención de las faltas éticas”

Con motivo del Día Mundial de la Ética Médica, que se celebra el próximo domingo 18 de septiembre, el Dr. Gonzalo Herranz, referente internacional de ética y deontología médica, y presidente de la Comisión Central de Deontología de la Organización Médica Colegial entre 1984 y 1995, ha analizado para esta publicación algunos aspectos que marcan la actualidad de este ámbito. El Dr. Herranz reconoce que “carecemos todavía de una cultura de prevención de las faltas éticas y muchos médicos no llevan bien la corrección amistosa de que están cometiendo errores”

¿Existe una crisis de valores éticos? 

Sí. La ética médica vive en crisis permanente. Su modo de existir es crítico, porque siempre los médicos pueden hacerlo mejor, no sólo en los aspectos técnicos, sino también en los éticos. No tiene fin el mejorar en el respeto por las personas. De un lado, el médico siempre podrá tratar con más delicadeza a sus pacientes: su intimidad, sus peculiaridades, su privacidad, su condición de seres racionales y libres, iguales a él en dignidad. Y, al mismo tiempo, el médico siempre puede respetarse más a sí mismo, exigirse más conciencia, más rigor crítico en la formación de sus criterios, más prudencia, más independencia de juicio. Siempre le es posible  cuidar mejor la confraternidad y afinar en la justa lealtad hacia la institución en que trabaja; siempre puede tratar de arreglar las cosas que nadie arregla y así evitar que muchos caigan en la indiferencia. Si, al acabar el día, el médico examinara su trabajo, vería que está inmerso en un estado permanente de crisis que es saludable, pues le estimula. 

No cabe duda que hay otras crisis (económicas, organizativas, de presión burocrática), importantes y que tienen aspectos éticos. Pero la crisis de valores éticos en medicina está, y seguirá estando, principalmente en la conducta personal. 

¿Cómo ayuda la ética a resolver conflictos deontológicos?

Una buena y precisa formación en ética filosófica serviría para que el médico pudiera hacerse con un modo más profundo y personal de entender y practicar las normas del Código. En lo individual, levantaría el nivel del comportamiento deontológico, que pasaría de ser  mera observancia externa a convertirse en expresión de la propia identidad moral. Ese modo más auténtico y sincero de vivir la deontología, por fortalecer la conciencia deontológica personal, sería el mejor preventivo contra las infracciones, pequeñas y grandes, de la normativa codificada. En lo colectivo, facilitaría solucionar los pequeños y medianos conflictos que se dan a diario en la atención de los pacientes y en las relaciones con los colegas. Si, en vez de sanarlos, se los tolera o se los deja estar, esos pequeños y medianos conflictos no resueltos terminan por agriar a algunos y convertir en cínicos a muchos más. Eso es la consecuencia de la visión minimalista de la deontología.

Por otra parte, la buena formación ética sería una ayuda muy grande para los miembros de las Comisiones de Deontología, pues haría más matizada su visión de los asuntos que han de informar; y más justas y mejor razonadas sus propuestas de resolución de sus declaraciones, informes y expedientes disciplinarios. A veces, estos últimos son producto de la aplicación mecánica de la normativa al caso concreto objeto del dictamen. Eso está muy bien, pero no siempre es suficiente, porque desaprovecha muchas oportunidades de esclarecer y desarrollar la jurisprudencia deontológica, que debería jugar un papel importante en el esclarecimiento y desarrollo de los contenidos del Código, en la creación de doctrina y en la educación deontológica continuada.  

¿Por qué la bioética cada vez está más presente en la sociedad?

Creo que la pregunta merece dos respuestas. La primera dice que esa presencia nos viene de los medios de comunicación que, con mucha frecuencia, se hacen eco de noticias en las que la bioética está implicada: cuestiones de reproducción asistida cada vez más exóticas, avances científicos que hacen historia, proyectos legislativos más o menos explosivos, errores médicos sensacionalizados. Cosas de ese tipo hacen más presente bioética en la sociedad, llevan a la gente a hablar y a debatir de bioética, lo mismo que se habla y debate de fútbol o de política.

La segunda respuesta se refiere al hecho de que la ética médica está más presente en la relación de los pacientes con sus médicos o con sus hospitales. Los pacientes y sus familiares son los grandes diseminadores de la ética médica en la sociedad. Cada año que pasa, la conciencia de los derechos éticos y no sólo legales, de los pacientes se hace más viva. Ya nadie es analfabeto en ética médica.

¿Una buena formación en aspectos éticos mejoraría la calidad de la asistencia que prestan los médicos?

Es asunto muy complejo y muy difícil de investigar objetivamente. Me parece, sin embargo, que la respuesta debería ser afirmativa sin atenuantes. Una formación buena no es un barniz superficial, sino una educación profunda, que nos hace reflexivos, templadamente críticos, y muy sinceros. No viene principalmente de las lecturas, porque no es erudición: es, sobre todo, capacidad de examinar la propia conducta en el día a día, y contrastarla con la norma deontológica, mejor aún, con el ideal ético. Por ejemplo, la buena formación nos lleva a no pasar por alto los propios errores, sino a reconocerlos y corregirlos; a crear una conciencia colectiva de lo mucho que ignoramos y de lo mucho que hay que estudiar; a superar, con un poquito de abnegación y laboriosidad, la ética cínica del mínimo esfuerzo, un virus contagioso y destructor; a pararnos alguna vez a considerar qué cosa sea tratar a diario a los colegas con la debida deferencia, respeto y lealtad, que eso dice el Código. En conclusión: si la formación ética no mejorara la calidad del trabajo y de las relaciones con pacientes y colegas, sería un timo.

¿Qué deben mejorar las universidades?

Es esta una pregunta que hay que responder con mucha cautela, para no disgustar a nadie. Me limitaré, por tanto, a decir algo sobre la mejora de la enseñanza universitaria de la ética médica. A mi modo de ver, la cosa no está sólo en que la asignatura de ética médica sea parte inescindible del plan de estudios básico, ni en que la bioética estándar e importada de fuera se profese en cátedra con brillantez y con toda clase de recursos pedagógicos. Eso suele dejar en los estudiantes muy poca huella. Para mí, la ética médica la enseñan todos los profesores de la facultad en el aula, en el hospital, en el laboratorio: ellos son el modelo. Los estudiantes aprenden la ética de ellos: de su modo de preparar las clases, de su competencia y profesionalidad, del reconocimiento de sus límites y errores, de su hambre de aprender lo que ignoran; y, sobre todo, de su comportamiento humano, del modo respetuoso y atento, nunca abusivo, en que tratan a las personas, en especial a los pacientes y a los propios estudiantes. La ética médica, buena o mala, se contagia con el buen o mal ejemplo. La universidad ha de escoger lo mejor para sus estudiantes.

¿Qué opinión le merece que herramientas como el cómic o el teatro se estén para hacer llegar a estudiantes y sociedad en general la ética médica?

No tengo experiencia docente de esos medios nuevos. En principio, me parecen muy bien como despertadores del interés de todos por la ética médica. Pero no pueden ser, para los estudiantes, un sucedáneo de la enseñanza más formal, ni mucho menos pueden suplir la pedagogía del ejemplo de la que acabo de hablar. Para la sociedad en general podrán ser un buen aperitivo que les induzca a buscar en la red información complementaria; por ejemplo, a consultar el Código y las Declaraciones de la Comisión Central. 

¿Es necesaria una renovación del Código Deontológico de 2011?

Es un problema difícil el de la renovación del Código. Pienso que la introducción de artículos o capítulos que faltan, que la mayor precisión que algunos artículos están pidiendo, y la puesta al día hacen necesaria una revisión. La cuestión está en cómo hacerlo. En España hemos optado por el modelo lento, que produce una versión nueva e impresa en papel del código completo cada bastantes años. Eso requiere periodos largos de gestación, con idas y venidas de los borradores a los Colegios y al Consejo General y a su Comisión Central de Deontología, todo muy laborioso. En otros países, Bélgica por ejemplo, hay puestas al día parciales y frecuentes, por las que se sustituye el texto de uno o varios artículos, o se añaden otros nuevos para regular un asunto emergente. Este sistema permite una actualización más flexible y constante. Estamos acostumbrados al Código impreso en papel, pero habría que dar un paso adelante y adoptar el Código en texto virtual, siempre actualizado, que todos, médicos y público, pudieran consultar en la página de Internet del Consejo General o en los enlaces con ella de los Colegios. 

¿Es preciso prestar una especial atención a las redes sociales en este aspecto?

Hay que atender a las que tienen calidad. Ahí se encuentran ideas muy interesantes, debates muy certeros e ingeniosos. Pero hay que reconocer que muchas otras contienen material muy degradado, muy poco riguroso, con frecuencia mal plagiado. 

¿Existe falta de transparencia a la hora de abordar las faltas éticas de los médicos?

No tengo certeza de cómo han evolucionado las cosas recientemente. Quizás persistan más o menos atenuados los prejuicios de antaño. Pero es evidente que ha habido una evolución positiva. Hoy es imposible la antigua defensa ciega, corporativista, del colega negligente o descuidado; ya no se puede ocultar la incompetencia. En hospitales y centros de salud hay más comunicación, todo se hace más a la vista; el trabajo del médico es presenciado por mucha gente. Las pifias médicas tienden a ser descubiertas.

Pero carecemos todavía de una cultura de prevención de las faltas éticas: muchos médicos no llevan bien la corrección amistosa de que están cometiendo errores, o están en riesgo de hacerlo. Se ofenden cuando se les advierte de sus faltas, pequeñas o no tan pequeñas. Es una pena que hayan desaparecido las faltas deontológicas leves, que, por su mera existencia, tenían un efecto preventivo de las faltas mayores que se incluyen en el régimen disciplinario de la OMC. 

 

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