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Dr. Andreu Segura: «El lado oscuro de la fuerza y la banalidad del mal»  

El objetivo del doctor Andreu Segura, en este artículo publicado en forma de editorial en la revista de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), pasa por advertir de las sombras que también caracterizan la sanidad y en particular de las actividades de prevención de las enfermedades que, como todas las iniciativas sanitarias, pretenderían mejorar o por lo menos mantener la salud de las personas pero que, como cualquier intervención sanitaria, «nunca pueden garantizarse que sean totalmente inocuas», según subraya

 

Madrid, 21 de marzo 2014 (medicosypacientes.com)

«El lado oscuro de la fuerza y la banalidad del mal»

Dr. Andreu Segura, Pla Interdepartamental de Salut Pública, Generalitat de Catalunya

Más que contribuir al catastrofismo, que sería un efecto adverso no deseado, se trata de advertir de las sombras que también caracterizan la sanidad y en particular de las actividades de prevención de las enfermedades que, como todas las iniciativas sanitarias pretenderían mejorar o por lo menos mantener la salud de las personas pero que, como cualquier intervención sanitaria, nunca pueden garantizarse que sean totalmente inocuas.

El mandato hipocrático de «Ofeleein i mi vlaptein», ayudar o por lo menos no dañar, del libro primero de las Epidemias recoge una ya entonces vieja tradición cuyos ecos se encuentran en uno de los primeros documentos escritos de la humanidad, el código de Hammurabi, donde se reconocen y se sancionan algunos ejemplos de iatrogenia. Concepto que denota el daño que puede producir la medicina aunque literalmente signifique solo creado por el médico.

Más vale prevenir que curar sigue siendo un tópico seductor para la mayoría de la población, y de ahí la repetida mención, aunque a menudo sea vana, por parte de la política más populista que en ocasiones recurre a formulaciones más expresivas como la que acuñó Benjamín Franklin cuando era el responsable de los bomberos de Filadelfia. Una onza de prevención vale como una libra de curación, eslogan que, por cierto, utilizó la industria tabaquera americana en las campañas publicitarias de la segunda parte del siglo pasado.

Pero como acostumbra a pasar lo que tiene de valioso la prevención -que, entre paréntesis, es bastante- puede ser objeto de perversidad y provocar relevantes perjuicios. Lo que es más fácil con algún tipo de prevención como la que en nuestro argot denominamos secundaria.

Gentes tan expertas en el ámbito como Muir Gray concluyen que todos los cribados hacen daño, aunque algunos también puedan hacer un bien mayor y en unas circunstancias razonablemente aceptables. De ahí, nuestra responsabilidad como profesionales de la epidemiología y de la salud pública en tener siempre presente la eventualidad de los efectos adversos de las actividades preventivas, porque las buenas intenciones ?faltaría más- con las que proponemos o llevamos a cabo tales intervenciones no son garantía suficiente de seguridad para los ciudadanos.

Una sensibilidad poco generalizada porque la epidemia de cribados que denunciaba Cochrane hace cincuenta años y cuya magnitud era a lo sumo la de un brote, se ha convertido hoy en una auténtica pandemia. La práctica clínica rutinaria incluye bastantes actuaciones preventivas que, incluso, en algunos casos no se reconocen como tales, como cuando tratamos como enfermedades la hipertensión, las dislipemias o la osteoporosis, que, sino en todos, si en la mayoría de casos son sólo factores de riesgo. Y más allá de vivir innecesariamente como enfermedad lo que debería ser una oportunidad para no llegar a enfermar, hay que tener en cuenta los efectos adversos asociados a los resultados falsos positivos o lo que todavía resulta más diabólico, al sobrediagnóstico, que no es más, al fin y al cabo, que la cruz de la moneda en la que buscamos la cara de un tratamiento precoz que mejore el pronóstico. El llamado sesgo de persistencia diagnosticable o «length bias».

Buenas intenciones y un paradigma médico y sanitario en el que la acción es preferible a la espera, que no a la omisión, y en el que las ideas verosímiles sobre la naturaleza de las enfermedades ya nos bastan para llevarlas a la práctica cuanto antes, porque esos son los valores culturales hegemónicos, las normas cuyo cumplimiento nos exime de malicia, si bien el daño que eventualmente hacemos sea realmente perjudicial.

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