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Borja Apellaniz: «Los estudiantes ante el aprendizaje de la Medicina»

El autor de este artículo se apoya en los posicionamientos de la universidad de Zaragoza y del Consejo Estatal de Estudiantes de Medicina sobre el uso y la enseñanza de terapias que no hayan demostrado su eficacia. Sin pasar por alto «que muchas terapias dentro de la medicina convencional son igualmente inútiles y peligrosas», se refiere especialmente a terapias alternativas. Desde su punto de vista, «su falta de beneficio clínico es evidente, el daño provocado a los derechos de los pacientes, lamentable»

 

Zaragoza, 8 de abril 2014 (medicosypacientes.com)

«Los estudiantes ante el aprendizaje de la Medicina»

Borja Apellaniz, alumno de 5º de Grado. Facultad Medicina Universidad de Zaragoza. Representante de Estudiantes

Este trabajo es fruto de la participación de Apellaniz en el Seminario Cátedra de Profesionalismo y Ética Médica, celebrado en Zaragoza el pasado mes de marzo, dedicado a: «Cuestiones Éticas Polémicas en torno a la Medicina Convencional y las Medicinas Alternativas»

«Recordad que vosotros también, una vez, soñasteis con ser médicos». Es un cartel que los estudiantes de la promoción 2008-2014 de Zaragoza colgaron en la entrada de los despachos del profesorado. Es un toque de atención duro a la enseñanza de la medicina y lleva dentro una petición muy simple: por favor, dejad de aplastar nuestra ilusión de ser buenos médicos.

Los estudiantes aprendemos desde el primer día los valores que un profesional sanitario debe tener idealmente. Interiorizamos que el paciente es nuestra razón de ser, conocemos los principios éticos que nos permitirán saber cómo ayudar en cada caso. Aprendemos a aconsejar al paciente cómo actuar, informando de manera veraz y comprensible, pero respetando las preferencias de la persona y la sociedad. Haciendo el menor daño posible. Aprendemos a compaginar una visión crítica del conocimiento científico con los valores culturales de nuestro entorno.

Luego llegan varios años de travesía por el desierto. Estudiamos hasta desgastarnos. Las expectativas y valores de nuestros pacientes pasan a un segundo plano, por detrás de la guía clínica financiada por la industria más reciente. Ni siquiera nos importa si lo que se nos exige saber es cierto o no, porque se nos inculca que lo importante es aprender El Conocimiento que se nos facilita, no cuestionarlo o encontrar otras fuentes de información.

Esta dejación en sus funciones de la Universidad y otras instituciones médicas, esta deshumanización en nuestro aprendizaje, ha acabado movilizando a los estudiantes. No queremos un título de Médico, queremos aprender a ser buenos médicos. Tangencialmente a nuestra formación oficial y con el apoyo de muchos profesionales sanitarios, hemos iniciado este camino volviendo a lo que se nos enseñó el primer día: el respeto al paciente.

Descubrimos con horror que muchas de las malas prácticas que pululan en la Sanidad nos eran inculcadas acríticamente y quisimos cambiar eso. Es cierto que nadamos en incertidumbre a la hora de diferenciar las técnicas que han demostrado su eficacia de las que no: los incentivos del sistema de investigación y publicación científica manipulan enormemente la información que nos llega y que permanece oculta. Por supuesto que nunca estaremos del todo seguros de la utilidad o inutilidad de una técnica, pero negar que hay diferentes grados de certidumbre es cegarnos voluntariamente ante la realidad. Debemos aplicar óptimamente la mejor información disponible (asumiendo que contendrá algún error), no negar su existencia. El proceso científico no da resultados seguros e inamovibles, pero sí aporta mil veces más certidumbre que basarse en la experiencia clínica propia. Pretender que los sesgos cognitivos propios son menores a los de la bibliografía existente es una actitud arrogante.

Aplicar terapéuticas que sabemos que no funcionan se opone a toda ética, especialmente si existen otras opciones que sí son útiles. Ningún procedimiento es inocuo, con lo que globalmente estaríamos provocando un daño. Aconsejar terapias que no han demostrado eficacia alguna implica además mentir y manipular al paciente: moldear sus expectativas según nuestro interés, sin respetar su derecho a decidir por sí mismo según sus propios valores. El uso de placebos puros no es más que el vestigio de una medicina paternalista que debería estar superada.

Existe un mecanismo indirecto aún más perverso: al usar en nuestros pacientes y enseñar a los estudiantes terapias sin efecto clínico beneficioso, se dejan de lado opciones más válidas. El ejercicio adecuado, la dieta sana, el apoyo psicológico del entorno del paciente (familia, amigos, comunidad) tienen un beneficio clínico mucho mayor al simple efecto placebo de una pastilla de azúcar. También tienen un claro beneficio ético: ni requieren mentir descaradamente al paciente ni promueven una peligrosa y muy común medicalización de problemas que los médicos no podemos aliviar.

Los estudiantes nos miramos atónitos cuando un médico nos previene contra la mala percepción de salud que tiene una población acostumbrada a tratar con fármacos o cirugía cada dolencia, para luego caer en esa medicina defensiva y de complacencia que critica. Un profesional que administra un placebo puro se está tratando a sí mismo: decide egoístamente ahorrar los 15 minutos de consulta que necesitaría para informar adecuadamente al paciente sobre su problema y las opciones de curación reales. Debemos saber hasta dónde llega nuestra profesión y no intentar resolver con técnicas médicas los problemas que «tan solo» requieren acompañamiento y apoyo humano.

Por todos estos motivos, desde la universidad de Zaragoza (1) y desde el Consejo Estatal de Estudiantes de Medicina (2) (máximo representante de todos los estudiantes) hemos decidido adoptar públicamente una postura muy crítica con el uso y la enseñanza de terapias que no hayan demostrado su eficacia. Sin olvidarnos de que muchas terapias dentro de la medicina convencional son igualmente inútiles y peligrosas, hablamos especialmente de terapias alternativas como la homeopatía y muchas otras: su falta de beneficio clínico es evidente, el daño provocado a los derechos de los pacientes, lamentable.

Los estudiantes asistíamos pasivamente a la permisividad de Universidades, Colegios, gobiernos y otras instituciones con estas malas prácticas. Veíamos que las transgresiones a la ética, la deontología y la legalidad eran toleradas e incluso promovidas acrítica e irresponsablemente. Ahora, hemos decidido tomar un papel más activo en nuestra educación.

Pedimos que las instituciones y los profesionales sanitarios dejen de promover acríticamente las terapias que no hayan demostrado su eficacia. Nuestra objetivo no es que se prohíban en consultas ni clases, sino que se imponga el sentido común: sabiendo que recomendarlas supone engañar al paciente y poner en riesgo su salud, ¿quién lo haría?

Pedimos también que se supere la falsa dicotomía de la medicina convencional contra la alternativa, la científica contra la integrativa. Solo trataremos éticamente a nuestros pacientes cuando evaluemos la eficacia y seguridad de cada técnica (convencional o alternativa) con criterios científicos estrictos, para luego usar empáticamente todas las herramientas válidas, siguiendo un modelo biopsicosocial integral.

En definitiva, exigimos a las instituciones y a todos los profesionales sanitarios lo más fundamental y básico que nos han enseñado: por favor, dejad de dañar a nuestros pacientes. Sed profesionales científicamente honestos y humanamente sabios, críticos con la injusticia.

Recordad que vosotros también, una vez, soñasteis con ser médicos.

Referencias:

1.Posicionamiento de la Delegación de alumnos de la facultad de medicina de la universidad de Zaragoza: Terapias sin eficacia científicamente demostrada.

2.Posicionamiento del CEEM: Contra las terapias alternativas sin evidencia científica.

 

 


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